Una de las características del pensamiento moderno es el intento de abarcar la totalidad de las representaciones mediante un sistema que tiene como meta la objetivización de todo lo real basándose, muchas veces, en una metodología determinada. Racionalismo e idealismo se fundamentan en este aspecto. Sin embargo, esto no siempre ha sido así. La filosofía griega, por ejemplo, desde los presocráticos hasta Platón y Aristóteles, estaba muy lejos de pretender encerrar el mundo en una representación compacta donde todo debe guardar una coherencia. Su intención era más bien la de poder adentrarse en un orden cósmico que permanecía siempre abierto al conocimiento humano debido a la finitud de este último.
Es el paso de fundamentar el pensamiento en la inmanencia de la autoconciencia, y no en cierta trascendencia metafísica, el que abre la posibilidad a todos aquellos discursos que se compactan en un sistema. El mundo es apresado por parte del sujeto como un todo de representación cuya esencia es la imagen y donde todo puede ser objetivado. En este sentido, Heidegger afirma que a la esencia de la imagen “pertenece la trabazón, el sistema, […] la unidad autodesplegándose de la estructura en lo presentado en cuanto tal, a partir del proyecto de la objetividad del ente»[1]. Este tratamiento de la imagen como una representación unitaria es una crítica que Lacan comparte con Heidegger. En la clase del 2 de diciembre de las “Conferencias en las Universidades Norteamericanas” destaca que la idea del todo es el resultado de la representación del cuerpo como imagen: “la superficie del cuerpo es la razón, o es el lugar, de donde el hombre ha sacado la idea de una forma privilegiada”[2] y es de esta idea de una forma privilegiada que surge el concepto de mundo como unidad. A la imagen no le falta nada. O está o no está. Pero cuando entramos en la cadena significante siempre falta o sobra algo. De ahí que el encuentro con la sexualidad siempre sea problemático, puesto que ella está siempre fuera del cuerpo como imagen. Es decir, está en las palabras y la única manera que tenemos de relacionarnos con ella es por medio de ellas. Y en el orden de las palabras la crisis es siempre permanente.
Curiosamente, la tendencia actual de intentar cuantificar y clasificarlo todo mediante un sistema establecido que funcione como garante de todo lo racional, pero que nada ni nadie puede garantizar, no es algo heredero de la ilustración sino más bien de una mezcla del intento racionalista de fundamentarlo todo en una metodología infalible que lo posibilite y en un cierto idealismo que pretende transformar una subjetividad finita en un espíritu (en este caso datos, estadísticas…) absoluto. De hecho, Diderot criticaba severamente a todo sistema al considerarlo deshonesto puesto que consideraba que su objetivo era el de forzar a todos los fenómenos a entrar en él, por las buenas o por las malas. Nietzsche va más allá y desvela como detrás de todo espíritu de sistema hay una voluntad de poder que se caracteriza por intentar someter, controlar y planificar aquello que intenta abarcar. Heidegger relanza esa visión nietzscheana al criticar “la comprensión aseguradora que falsifica lo problemático en una respuesta rotunda”[3].
Es justamente en el tratamiento de lo problemático donde toda aspiración sistemática y discursos como el psicoanálisis chocan frontalmente. Unos ven con horror la aparición de cualquier sobresalto en lo real que no pueda ser absorbida por su batería simbólica. Ahí la palabra crisis se refiere siempre a crisis del sistema. El psicoanálisis, sin embargo, parte de esta hiancia, para poder avanzar. Hay una “hiancia efectiva”[4] entre la causa y el efecto que rompe con la causalidad tradicional del discurso de la ciencia cuya principal característica es la de llenar ese vacío con leyes científicas. Suponer una discontinuidad entre la causa y el efecto supone una subversión. Cierta ideología psicológica insiste en poder taponar el agujero mediante un saber preestablecido, pero la respuesta a ello es siempre singular. No hay método ni ley científica que venga a suturar el agujero producido por lo real. La crisis, más allá de la crisis del sistema, es siempre una crisis subjetiva que requiere de invenciones singulares para poder anudar algo de un agujero que, por mera estructura, siempre permanece abierto.
Eduard Fernández. Cataluña.
[1] HEIDEGGER, M., Holzwege, Klostermann, Frankfurt, 1963, p. 128.
[2] LACAN, J., “Conferencias en las Universidades Norteamericanas”, Sciliciet, n.6/7, Éditions du Seuil, Paris, 1976, pp. 5-63.
[3] HEIDEGGER, M., Was heisst denken?, Niemeyer, Tubingen, 1962, pp. 128-129.
[4] LACAN, J.; La Angustia. Seminario X, Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 307.
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