En el primero de sus seminarios, Jacques Lacan se formula la siguiente pregunta: “¿Deberíamos impulsar la intervención psicoanalítica hasta entablar diálogos fundamentales sobre la valentía y la justicia, siguiendo así la gran tradición dialéctica?”, e inmediatamente muestra cierto pesimismo en su respuesta: “A decir verdad, el hombre contemporáneo se ha vuelto singularmente poco hábil para abordar estos grandes temas. Prefiere resolver las cosas en términos de conducta, adaptación, moral de grupo y otras pamplinas”  (1)

Frente la banalidad del pensamiento que caracteriza nuestra época, el psicoanálisis está obligado a radicalizar el poder de las palabras, no haciendo concesiones a los tópicos con los que el discurso actual pretende responder a los complejos interrogantes humanos.

Podemos hacer la suma de algunas de las respuestas fundamentales que colonizan el pensamiento de nuestro tiempo; por un lado aquellas que provienen de la ciencia, y que reducen los problemas humanos a causas genéticas o neurológicas; por otro, las que nos llegan del campo de la psicología, que buscan la normalización del sujeto; finalmente, los estudios del entorno ambiental que aporta la sociología. La suma de todas estas respuestas da como resultado un modelo de saber que deja de lado “la experiencia de la verdad” en su sentido más fuerte, aquella de la que el sujeto sale transformado, habiendo visto algo de sí mismo que hasta entonces desconocía.

Notemos que todo este saber genético-cognitivo-ambientalista sirve a una intencionalidad política: que la experiencia de la verdad desaparezca, que el sujeto quede excluido de la responsabilidad de su propia vida, que se transforme en un objeto de estudio, como las ratas de laboratorio, sobre el cual la ciencia impone su mirada y la ideología de la evaluación, su compulsión a reducirlo a cifras medibles. Llenar de respuestas es una manera de eludir la responsabilidad de sostener las grandes preguntas sobre las paradojas de la condición humana: ¿Por qué deseamos aquello que es más contrario a nuestros ideales? ¿Cómo es que sentimos una insatisfacción imposible de colmar y al mismo tiempo encontramos una satisfacción en el sufrimiento? ¿Por qué hoy amamos y mañana odiamos? Preguntas que llevaron a Freud a postular la existencia de la pulsión de muerte, y a Lacan a establecer su teoría sobre el goce.

El psicoanalista, así como todo aquel que se dirige a lo enigmático de la condición humana, tiene que saber confrontarse con los signos de su época para situarse respecto a la realidad de su tiempo. En una época que odia las preguntas y no soporta el enigma, el psicoanálisis deberá resistirse a formar parte de la tendencia actual a producir respuestas-recetas pues su función consiste en sostener la ética de la interrogación del sujeto.

CUANDO SE ELIMINAN LOS PORQUÉS

Un prisionero a punto de morir de sed, tras el largo viaje en tren que le condujo al campo de exterminio de Auschwitz, trata de arrancar un carámbano de hielo que tenía al alcance de la mano y un guardián se lo arrebata brutalmente,

-“Warum?” (“¿Por qué?”), pregunta el prisionero.

-“Hier ist kein warum” (“Aquí no hay ningún porqué”) responde el guardián.

El prisionero sediento se llama Primo Levi, y en su libro Si esto es un hombre nos transmite una verdad primera: El punto de partida de un proyecto que busca la aniquilación del sujeto consiste en abolir las preguntas. Más allá de los daños infligidos al cuerpo, la erradicación de los porqués inicia la vía de la destrucción subjetiva. Privado de la posibilidad de preguntar, el ser hablante se deshumaniza y queda reducido a una piltrafa. Se trata, nos dice Primo Levi, de “la decisión ajena de anularnos primero como hombres, para después matarnos lentamente”. (2)

No hay nada más demoledor que un espacio sin porqués. Ya sea campo de exterminio, escuela o familia, acabará convirtiéndose en lo que César Vallejo llamó “tierra indolente donde cavar un adiós”.

 

SOLO PARA AQUELLOS QUE SE PREGUNTEN

Edipo se enfrenta a las preguntas de la Esfinge, Freud al enigma de los sueños, y la experiencia psicoanalítica solo admite a quienes son capaces de interrogarse, condición necesaria pero no suficiente, porque como afirma taxativamente Jacques Lacan el saber no está hecho para una pretendida humanidad que de ninguna manera lo desea: No es el deseo quien preside el saber, sino el horror.(3)

Podríamos pensar la experiencia analítica en tres tiempos:

1.- El sujeto parte de una pregunta por la causa de su malestar.

2.- Tropieza con un obstáculo estructural: el “horror a saber” sobre la castración como ausencia de relación sexual.

3.- Finaliza cuando ha podido surgirle un “deseo inédito” de saber.

Un saber incompleto, sin duda, pero que tiene posibilidades de ser inventado. “Invento para lo que tiene que ver con el saber, pero para lo que tiene que ver con la verdad, no invento, la verdad me la traen, tengo barriles enteros”,(4) nos dice Lacan, quien apuesta por la emergencia de un deseo inédito de saber, situado en un campo donde la Verdad está atravesada por lo imposible dado que, como seres hablantes, sexuados y mortales, siempre hay un resto que no va a resolverse a través del progreso del saber. Ni el estudio del genoma humano, ni el del cerebro podrán franquear esta barrera. El análisis propone aceptar la castración como el límite del saber, pero sin ahorrarnos el esfuerzo de llevar el saber hasta su límite.

La cuestión que quisiera plantear es la siguiente: Si el horror al saber es consustancial al ser humano ¿Qué diferenciaría unas épocas de otras? ¿Cómo podríamos hablar, en sentido estricto, de una crisis del saber en la actualidad?

A mi modo de ver, la diferencia está en el primer tiempo: el de las preguntas existenciales. Creo que asistimos a un momento de la civilización en el que los dispositivos científicos, técnicos, políticos y culturales en general, van a contrapelo de las grandes preguntas porque ofrecen infinidad de medios para taponarlas. Entonces, tenemos un sujeto cada vez más autista en un medio plagado de falsas respuestas.

 

LA HIPERINFORMACIÓN SIN NOTICIAS DEL SABER INCONSCIENTE

Al decir de Byung-Chul Han: “En el marco de la positivización general del mundo, tanto el ser humano como la sociedad se transforman en una máquina de rendimiento autista».(5)

Efectivamente, el cansancio del sujeto de rendimiento no alienta el lazo social sino la separación, pues cada uno vive encerrado en su fatiga más propia sin interrogarse por la causa del deseo. La maquinaria de la competitividad tiene la facultad de desalojar las preguntas colocando en su lugar la adoración por los resultados.

La atención profunda y reflexiva que responde a una causa concreta, ha sido sustituida por la denominada “hiperatención”, entendiendo esta como una voracidad dispersa de conocimientos que cambia constantemente de foco y que se alimenta de múltiples fuentes de información en una deriva metonímica sin fin. La navegación online es el paradigma de una curiosidad que ahora se interesa por esto y después por aquello otro, huyendo despavorida del aburrimiento. No es de extrañar que el correlato de este fenómeno se salde con un síndrome cuya extensión planetaria hace temer lo peor, el trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH). El nuevo sujeto se enfrenta a un mundo en el que a falta de creencias sólidas todo se torna efímero, inconstante o inconsistente. Semejante falta en ser, sin embargo, queda taponada mediante un exceso de objetos de goce promoviendo la ecuación subjetiva: dispersión del deseo con fijación de goce. Mientras tanto, el superyó campa a sus anchas con sus nuevos imperativos que nos exigen cumplir con dos ordenes contrarias: obtener el máximo rendimiento con el máximo disfrute. Estas son las reglas del juego en una sociedad en la que la historia de cada uno se mide por currículums diseñados como una carrera sin fin. La figura ideal es la del sportman para quien la vida parece una competición que puede ganar o perder, en el seno de una sociedad pensada como un juego de riesgos y oportunidades.

¿Estamos frente a un rechazo casi generalizado del saber del inconsciente? ¿Ante un sujeto atiborrado de información que cae en la anorexia de las preguntas verdaderas? De ser así, se auguran malos tiempos para el psicoanálisis. Pareciera que esta mutación de la civilización supone un intento de borrar la imposibilidad, de eliminar el límite del saber, de acabar con la experiencia de la verdad que es lo mismo que acabar con el inconsciente hasta conseguir que todo sea comunicable, calculable y visible.

¿Es tan potente este dispositivo como para borrar definitivamente la experiencia de la verdad y hacer desaparecer el inconsciente? ¿como para lograr que la verdad no irrumpa a través de la sorpresa, del sueño, o de la angustia?

Todavía hay personas que se interrogan por la causa de su malestar y están dispuestas a analizarse. El psicoanálisis les permite desplegar un saber que hasta entonces desconocían, pero sobre todo reconocer los límites de lo representable, la dificultad para aprehender lo que sucede, la condición equivoca de la lengua, que debe huir de los tópicos y calibrar los hallazgos. Por fortuna hay algo incalculable en el ser hablante que impide reducirlo a un algoritmo y, por ello mismo, le da una oportunidad para cambiar.

 

Rosa López. Miembro ELP y AMP. Madrid

1-  Lacan J. El seminario Libro 1 (1953-54): Los escritos técnicos de Freud. Paidós.

2- Primo Levi. Si esto es un hombre. Editorial El Aleph. 2013.

3- Lacan J. Los desengañados se engañan. Seminario XXI. Inédito. Clase del 9 de abril de 1971

4- Idem Ibid.

5- Byung Chul Han. La sociedad del cansancio.

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