Existen modos diversos de leer las crisis actuales, crisis que van de la mano de las dificultades en la búsqueda de salidas o soluciones subjetivas frente al malestar actual.

La “sociedad del pánico”, “…del miedo”, la llamó Paul Virilo (Un paisaje… 61). Aquella que anula la reflexión y estandariza el pensamiento y la opinión pública. Paradigma social que masifica y sumerge al sujeto en una realidad que suprime todo atributo singular a cambio del imperio de la segregación, el consumo y la imaginarización de los lazos en general.

La proliferación del miedo y de la angustia -con la consecuente explosión imaginaria- generaliza la desconfianza y determina para los sujetos experiencias enigmáticas que promueven la adhesión a sentidos efímeros y precipitan ímpetus desenfrenados.

En una época en la que, frente a la urgencia identificatoria, asimilarse a una posición social, grupo o comunidad es una alternativa por default, se trastoca la dimensión del tiempo, se impugna el pasado y se hace un culto del presente y de los rasgos identificatorios.

El futuro sólo produce ansiedad, inquietud, e impulsa a los sujetos a buscar la anticipación de algún vaticinio consolador. Los impulsa hasta límites peligrosos en sus intentos de escapar a la ley del tiempo, adhiriendo a cualquier tipo de certeza que profetice el futuro y determine el destino de manera incontrastable.

Se produce esa “urgencia sin sujeto” (Vascheto, 143), en la que se rechaza la palabra y se busca revalidar el saber sosteniendo un Otro veraz y dominante, o en su defecto, rechazarlo por completo.

La propulsión hacia la abundancia imaginaria -y sus consecuencias en las subjetividades, los cuerpos y los lazos- puede ser leída en la forma que adoptan las demandas sociales, escolares, laborales, así como en los fugaces intentos de algunos sujetos por encontrar respuestas que les permitan conjurar la espesa alianza entre el individualismo y el vacío amenazador.

En una de las últimas realizaciones de Sofía Coppola (The bling ring, 2012) -casi sin tomar distancia y exponiendo sin disfraces su obscenidad- se retrata a un grupo de adolescentes fascinados por el consumo y la ostentación (bling) que se sumerge en la expropiación-apropiación de los objetos más preciados de sus heroínas e ídolos.

Siempre en busca de más, sin frenos éticos o intentos por rebelarse contra la vacuidad del discurso familiar, muestran cómo la vergüenza o la culpabilidad son afectos incorpóreos que desplazan al infinito la responsabilidad de un decir.

Y es también el Otro parental el que se vuelve invisible, portador de una ceguera relativa a la ambición narcisística que obnubila el presente y promueve una ficticia felicidad como forma de introducir un sentido a todo.

La banalidad moral del discurso de los personajes es elocuente del fallido intento por anular el tiempo con el propósito de conservar ese todo, de suturar cualquier desequilibrio o inestabilidad.

En la misma vía del familiarismo o del “delirio” de pretender la normalidad, vemos a los protagonistas intentar hacer de la felicidad el umbral ordenador, realizando un tratamiento cotidiano para sortear la experiencia de soledad, el miedo, la inseguridad, la turbación por pertenecer.

La exorbitante arquitectura edilicia que se da a ver en el film -con cerramientos trasparentes donde todo es visible, donde la perfección de los detalles contrasta con la soledad y el vacío afectivo de los espacios- delata, como diría Lipovetsky, esa verdadera arquitectura de la nada.

Podemos apreciar aquí, el paradigma del sujeto afectado por la voracidad de acumular o desechar todo, en su intento de mantener a distancia el deseo.

Hay algo ilimitado que no reconoce fronteras.

Capturar la felicidad conservando esa parte del otro les devuelve nuevas identificaciones y neutraliza la ausencia de identidad y del Otro.

Ellos se obsesionan en alcanzar una parte del otro. Al principio, como un juego, como una trasgresión sutil, infantil, para luego tomar una dimensión cada vez más peligrosa, perpetuada en imágenes en las que los protagonistas quedan capturados por las pantallas como objetos de la mirada y del deseo del Otro.

Con la búsqueda de soluciones instantáneas, sea por el lado de la indiferencia, sea por el consumo fugaz de objetos (apoyado en psico-fármacos o en misteriosas purificaciones del malestar) intentan vanamente restituir la homeostasis o (sub)sanar las fisura subjetivas.

Acarreando sus frágiles identidades corren una vehemente carrera que por momentos produce algunas conmociones o crisis subjetivas.

Hay un insoportable en la vivencia de cada sujeto y su sufrimiento, una trama defensiva que se manifiesta en cada unos de estos personajes, en cada familia.

Detrás de cada sujeto que no puede hablar, que sólo actúa su pulsión o permanece fascinado por esa imagen de felicidad, se filtra un decir.

Hay la debilidad del pensamiento, la debilidad mental que el registro de lo imaginario indefectiblemente comporta, de la cual no se puede huir del todo.

Distanciarse de esa inercia -hacerse incauto de lo real- para encontrar cuál es la satisfacción que orienta más allá del Otro y de las identificaciones puede ser del orden de un encuentro también contingente.

 

Claudia Lijtinstens. Miembro EOL y AMP.

 

Extracto de Cazadores de identidad. Mediodicho N°40.Córdoba septiembre 2014

 

BIBLIOGRAFÍA

Lipovetsky, Gilles. Manifiesto contra la juventud. Revista “El europeo”. Febrero, 1992

Vascheto, Emilio. Preguntas y respuestas a la urgencia subjetiva. Perspectivas de la clínica de la urgencia. Bs. As.: Grama, 2009

Virilio, Paul. Un paisaje de acontecimientos. Bs. As.: Paidos, 1997

 

REFERENCIAS

Coppola, Sofía. The bling ring (2012)

 

 

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