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Josep Maria Sauret nació en Barcelona el 14 de noviembre de 1962. Director de la Orquesta Filharmonia de Barcelona. Director del Departamento de Música de Cámara y Conjunto Instrumental en el Conservatorio Profesional de Música de Granollers. A lo largo de su trayectoria, ha actuado en grandes auditorios como el Palau de la Música Catalana o el Teatro Nacional de Cataluña y ha dirigido orquestas en el ámbito europeo, como la Hungarian Radio Symphony Orchestra y la Szeged Symphony Orchestra de Hungría, la Capella de San Petersburgo, la Gürzenich Kammerorchester Köln de Alemania, la Arthur Rubinstein Philharmonic Orchestra y la Filharmonía Slaska de Polonia. Galardonado con el Premio de Honor en Dirección de Orquesta por el Conservatorio Superior Municipal de Música de Barcelona. Ejerce como Director artístico y asesor musical en diversos festivales y temporadas de música en todo el país.

Puedes escucharlo

Septima Sinfonia de L.v. Beethoven.

 

 

Se dice que la industria de la música está en crisis, que la música no es rentable, pero que, al mismo tiempo, se hace mucha y buena música en nuestro país. ¿Cuál es su opinión?

No conozco mucho acerca de la industria, pero puedo suponer que todo lo que existe en torno a la música en ese aspecto “industrial” se adapta y encuentra maneras para sacar un partido. Y seguramente nacen nuevas industrias que sustituyen las que no pueden existir.

Creo que incluso una sala de conciertos puede ser “industria” si no permanece fiel al valor legítimo de la experiencia musical auténtica. También managers, discográficas, productores, industria de Internet, de las grandes figuras y grandes espectáculos mediáticos, sí dan una rentabilidad. Pero tendría que ser rentable económicamente para los artistas. Está mal pagada y, a la vez, excesivamente pagada para algunos.

¿Se hace mucha música en nuestro país? ¿Se hace buena música en nuestro país? La pregunta sería ¿qué es buena música? La respuesta a estas preguntas es contradictoria: las salas de conciertos a veces están llenas y a veces a medias. Eso podría suponer que se hace demasiada música. Quizás demasiada para la sensibilidad real del público general. Hay la idea de que “se debe consumir cultura”. No se trata de eso sino de sensibilidad. Y dónde se hace la música puede depender de muchísimos factores. Hay ciudades potentes musicalmente y otras que no lo son. No creo que deba forzarse a ser musical. Hay que trabajar en la formación, en el apoyo, en la seducción.

También se hace demasiada música con profesionales de fuera. El músico del país no tiene las suficientes posibilidades de ser protagonista de su entorno cultural y musical. Seguimos con el “provincianismo” de la devoción por lo extranjero, y seguramente es bueno contar con estos artistas -modelo, pero no de un modo desequilibrado.

Efectivamente la música no es rentable para el artista. A pocos niveles lo es. Básicamente es “rentable” en lo humano y espiritual y en la belleza trascendente.

¿Tendría que ser rentable a nivel de público? Cada sociedad tiene lo que crea ella misma. Hay países o entornos en los que existe por una tradición centenaria y por la vía de la educación, entonces la música es rentable a nivel de público.

Me refiero principalmente a la música clásica. Las otras “músicas” suponen un abanico que va desde la trascendencia al entretenimiento.

De hecho, no se trata de distinguir entre clásica y otras, sino entre música o no música, o entre música trascendente o no, o gran música o entretenimiento, o entre belleza trascendente o no.

 

¿Qué es la trascendencia?

 La trascendencia tiene que ver con la belleza, con la emoción del alma y los sentimientos, con la certidumbre de que hay una experiencia auténtica y verdadera, y que ésta es universal, no subjetiva. Hay por tanto, a mi modo de ver, una crisis de valores general respecto a esta consciencia trascendente.

Se puede comparar todo esto con las otras artes, como la escultura, la arquitectura, la poesía.

Evidentemente que se ha perdido sensibilidad, valores, espiritualidad, emociones…

 

 ¿Hay que buscar nuevas fórmulas de transmisión? Los macro-festivales son un invento de la época que moviliza a muchísima gente en torno a la música. ¿Internet ayuda a la transmisión? ¿Qué salidas ve posibles para la música clásica en una sociedad como la nuestra?

Creo que no. No hay que buscar nuevas fórmulas. Hay que volver a la autenticidad de la transmisión.

Los macro-festivales llevan a la dispersión emocional y a la dispersión de la importancia cultural y de la comunicación entre artista y público. Por tanto, se ve afectada la creación del momento único del discurso sonoro, la creación sonora en el tiempo que trasciende y emociona y crea fugitivamente un momento único comparable a la contemplación del Moisés de Miguel Ángel, por ejemplo. Experiencia trascendente. Se necesitan unas condiciones determinadas para esto. También podríamos preguntarnos si los macro-museos o macro-exposiciones, llenas de gente, son una buena fórmula de contemplación artística y de experiencia artística…Puede ser una especie de divulgación superficial e insulsa…Esto sería aplicable a todas las artes. Una Capilla Sixtina hasta los topes de gentío y bullicio, una Mona Lisa oculta tras una muralla humana, un Visconti visto en la pantalla del ordenador, -con el bellísimo rostro de Romy Schneider…- , la Novena de Beethoven con coro y orquesta amplificada al aire libre, con el público lejano en la grandiosa plaza o parque…¿Dónde está la comunicación, el momento, el sonido moldeado por el artista, los matices , los sentidos y el alma, la superficie y el fondo del individuo, la emoción , la magia auténtica para la cual fue creada la obra de arte, sabiéndolo o sin saberlo, quizás encargo divino para dar sentido a la humanidad?

¿La salida para la música clásica en nuestra sociedad? El retorno a lo auténtico y no la parafernalia mediática, no a dar alas a la superficialidad en la sociedad, no a dar alas a la superficialidad en los artistas, no a la innovación ignorante, a la acción sin criterio ni base. El retorno a los valores que he expresado anteriormente. Y también una nueva conciencia de los valores y de las condiciones para llevarlos a cabo. Sí, hay crisis en la música y en la sociedad.

 

 ¿Cómo se hizo director de orquesta? ¿Qué momentos de crisis ha tenido que atravesar para sostener su carrera? y ¿cómo ha salido de ellos?

Me hice director de orquesta después de un proceso personal. Inicié mis estudios en el Conservatorio del Liceo de Barcelona, donde hice la carrera de piano con el maestro Pere Vallribera, un excelente músico y pianista que había estudiado en París. Desde pequeño supe que quería ser músico. Y a ello me he dedicado siempre. Empecé dando clases en pequeñas escuelas de música. Al acabar la carrera de piano viajé a Bélgica a estudiar con el pianista Frederic Gevers. Más tarde hice concurso de méritos y entré en el Conservatorio de Granollers como profesor de piano i solfeo. Mientras, había dado ya algunos conciertos como pianista acompañante. Como solista nunca destaqué por mi técnica y seguridad al teclado. En cambio destacaba por mi capacidad de comunicación y transmisión de la emoción y el sentimiento. Emocionaba a quien me escuchaba y yo mismo sentía una gran emoción al tocar el piano. Siempre fui consciente de ese don. Por los otros y por mí mismo. Y además lo sentía y lo siento como una cualidad especial y, de alguna manera, como si me hubiese sido otorgada. Hay algo de divino, trascendente, en esa sensación que establezco entre la música, yo, y quien me escucha. ¿Se trata de algo “superior”? ¿Es algo divino? Es la música misma -belleza y emoción, fondo y forma- . Es algo humano universal que flota en alguna forma de consciencia, algo inconsciente que flota entre nosotros, en los sentidos y en el alma.

Siempre mantuve una dedicación al estudio de la música, al margen de la carrera de piano. Así, asistía a clases privadas con compositores y maestros de música, con los que estudiaba análisis, formas musicales, armonía y composición, etc. Estuve siempre en contacto con el mundo sinfónico y de la orquesta.

La evolución hacia la técnica de dirección de orquesta y de práctica orquestal fue lenta pero lógica. A ello me llevó el maestro Juan José Olives. Con él me di cuenta que mi potencial expresivo podía dar lo máximo de sí mismo en ese lugar. Me acabé matriculando en el Conservatorio Superior Municipal de Barcelona para hacer la carrera de Director de Orquesta, con Albert Argudo, gran músico, director, maestro y amigo que me transformó en Director. Al finalizar la carrera me otorgaron el Premio de Honor.

En el gesto -un gesto logrado de forma innata y trabajada profundamente durante la carrera de dirección- tenía una facilidad y una soltura que sobrepasaba mi limitada técnica pianística. En la tarima del director, delante de los músicos, con la mirada, con el trabajo de la palabra en los ensayos, el estudio fascinante de la partitura en la mesa de trabajo, el moldear la escultura orquestal y dibujar las frases y los colores de las texturas orquestales.

Un director tiene que relacionarse con el mundo de la profesión y con el público, aprender a seducir a los músicos. Me gusta tener un público detrás, que escucha, y cuanto más, mejor. También ser mirado en los conciertos y en los ensayos, por todos. También por las mujeres, ¿por qué no?, seducir ese bello rostro de mujer que mira, y que es fondo y forma como la música, aunque en mi caso, creo que seduzco más al público que a una mujer en concreto. Eso ha sido causa de alguna de mis crisis.

Yo miro y busco porque la belleza puede contener verdad y bondad. Miro la belleza con alma, que emociona. Como la música, algo que me salva del vacío, del odio, de la melancolía…

Me di cuenta que necesitaba hacer “Gran Música”, música trascendente para vivir momentos trascendentes. Y con el piano no podía hacerla. De forma sorprendente, me di cuenta de que mi lugar estaba en el podio, con la orquesta.

Desde pequeño escuchaba música sinfónica, tanto como la de piano. La imagen de mi padre en el sillón de casa, con los ojos cerrados y moviendo levemente la mano y el brazo – ¡el gesto!- escuchando aquel vinilo de la Quinta Sinfonía de Beethoven que había comprado.

Ha habido crisis de todo tipo, etapas amor-odio con mis maestros, decisión o no de hacer la carrera. Ya situado en el Conservatorio, empezar a encontrar conciertos para dirigir, inseguridad de si estás haciendo lo correcto, el inicio del oficio propiamente de director con músicos de tu misma categoría profesional, y yo con mi inexperiencia aun, crisis por la necesidad de hacer conciertos como director, pues tenía el nivel musical como profesional y no podía ¡“perder” más tiempo!

A mi manera conseguí, poco a poco, hacerme un lugar en la profesión, aunque no he conseguido dirigir de forma asidua. Ese es mi reto. Durante años la dedicación pedagógica y la organización de festivales de música han sido mi principal actividad, y aunque estas actividades están vinculadas al hecho de dirigir, pues me dan oportunidades para ello, tienen demasiado peso. Me siento en disposición de “dirigir mi dirigir”, centrando cada vez más mis objetivos en encontrar oportunidades para ser director de orquesta en el escenario. Vivir la música en toda su plenitud. Trascendente una vez mas… Ahí esta mi búsqueda y mi crisis ahora. Deseo.

 

Lleva muchos años haciendo psicoanálisis. ¿Qué le llevó al diván? y ¿De qué manera piensa que ha influido en su vida? Crisis y psicoanálisis ¿son piezas que se han cruzado en su recorrido vital?

Lo que me llevó al diván fueron los estados de melancolía que empecé a sufrir en la adolescencia , cuando mis padres decidieron mudarse desde Barcelona a su pueblo natal, a raíz de la jubilación de mi padre. Me quedé en la ciudad con mi hermano y mantenía una relación de noviazgo con la que sería después mi primera esposa. Una relación inestable. En aquellos años estaba acabando la carrera de piano y mis límites como concertista de piano se hicieron también evidentes. Crisis. Depresión.

En un primer momento puse mi sufrimiento emocional   en manos de una psicóloga y un psiquiatra. Al estilo conductista y con la medicación pertinente. No avanzaba, no se creaba en mí , al menos un poso de fortaleza.

Paralelamente asistía a clases con un maestro compositor y director de orquesta, Juan José Olives, con el que estudiaba la música sinfónica y análisis musical. En torno a él éramos un grupo de discípulos. Nos encontrábamos, tanto para el análisis musical, como para hacer tertulias y cenas de amigos. En esos encuentros se hablaba de música, filosofía, literatura, poesía…. y también de psicoanálisis. Era una época en que el ambiente musical de Barcelona giraba en torno a la herencia de los compositores de la Escuela de Viena de principios del Siglo XX. Mahler, Schoenberg, Berg, Webern…

Decidí cortar con la psicóloga, en un punto determinado en el que mi situación emocional empeoró y busqué un psicoanalista. Para elegirlo no me dejé aconsejar por nadie, busqué en las páginas de ¡la guía telefónica!   Ahora eso me hace reír. Solo había tres o cuatro anunciantes y los llamé a todos. Me decidí por uno, por la voz. Y digo la voz sin saber exactamente si era la sonoridad o el tono, o lo que me dijo, o lo que sentí al oírlo. Fui a su consulta y hablamos, o hablé, no recuerdo. Recuerdo su mirada y la frase “usted me interesa”.   Mi demanda desde el primer día fue de analizarme en el diván. ¡Aun estoy! y ¡escuchando esa voz!

El análisis sirvió para superar ese estado melancólico, dejar la medicación y sobrellevar mi cotidianidad. Han habido después otras épocas de sufrimiento que he ido superando, logrando ahora gran continuidad y estabilidad emocional.

También me ha permitido conocimiento sobre el carácter de mi padre y de mi madre y su influencia sobre mí, saber de mi estructura de carácter, mi sensibilidad, trascendencia y deseos, intentar saber de la mujer y de cómo vivirla. El psicoanálisis me ha dado una vivencia intima e indisoluble de mi ser con la música, el amor y la belleza, saber que soy director de orquesta y disfrutar con ello, crear y vivir, vivir el humor y la amistad. Sobrellevar mi hipocondría y mis miedos.

Con los años, el diván se ha convertido en un espacio de conocimiento, en el que cada uno de los descubrimientos y cada uno de los estadios de superación han seguido a una crisis. Psicoanálisis y encuentro con el inconsciente, ¡eso es una crisis constante!

Polifónicamente interpretamos, con mi psicoanalista, esta sinfonía vital, que siempre da más cosas por descubrir, por ejemplo, me surgió la pregunta de si en esta sinfonía hay director de orquesta.

 

 

 

 

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