Un brindis por la eternidad

Año 2004. Peter Thiel, fundador de PayPal, acaba de vender su compañía a eBay, multiplicando así su ya considerable fortuna. Tiene entonces 31 años, y recibe en su casa a un grupo de invitados que cenan y conversan. Entre ellos, Larry Page (co-fundador de Google), Cynthia Kenyon ( bióloga molecular que ha atraído la atención de la comunidad científica al duplicar la vida de un gusano manipulando uno solo de sus genes), y Audrey de Grey (médico inglés, especialista en biogerontología que trabaja en senescencia negligible ingenierizada, un método de reparación de tejidos del cuerpo humano capaz de lograr una vida indefinida). El debate gira en torno a la inmortalidad. Algunos se muestran un tanto escépticos; otros, por el contrario, están convencidos de que sólo es un problema técnico. ¿Convendría más congelar los cadáveres, o volcar la memoria de un ser humano en supercomputadoras para reintroducirla luego en un nuevo cuerpo? Estas son algunas de las preguntas que animan la mesa. Al menos existe un consenso: desde el punto de vista del desarrollo tecnológico actual, conquistar los 150 años de vida es una expectativa más que “razonable”. El anfitrión Peter Thiel es uno de los más convencidos, y su generosa chequera no cesa de alimentar los fondos de investigación de Kenyon y de Grey a fin de que aceleren al máximo su trabajo. Su lema es el optimismo, una virtud que considera indispensable para formatear el futuro. No es el único. Pertenece al grupo de súper millonarios jóvenes, empresarios que han creado Google, eBay, Napster, Netscape, Facebook, y que ahora han decidido emplear una parte sustancial de sus fortunas personales en una nueva revolución: perfeccionar tecnológicamente el cuerpo humano, la máquina más asombrosa de la creación. Thiel se expresa con toda claridad, y como además posee una sólida formación filosófica, lo que dice tiene algo de sentido: la evolución de la especie humana no pertenece exclusivamente a la naturaleza. El hombre se caracteriza por su capacidad para trascenderla, y por lo tanto su cuerpo no sólo forma parte del reino animal, sino que se ha elevado hacia una dimensión que lo convierte en otra cosa. De allí que considere legítimo no admitir la regla máxima que gobierna todo lo viviente: la finitud. Afirma en serio que la muerte es “el gran enemigo de la Humanidad”.

 

Los nuevos dioses

No por casualidad el escritor Mike Wilson ha titulado su biografía sobre Larry Ellison (fundador de Oracle y la tercera fortuna del mundo según Forbes) Whats the difference between God and Larry Ellison (Cuál es la diferencia entre Dios y Larry Ellison). El chiste ya es conocido entre los empresarios de Silicon Valley: Dios no se cree Larry Ellison. En cambio Larry, aunque no lo diga con todas las letras, está convencido de serlo. Su vocación demiúrgica se pone de manifiesto en todas sus entrevistas, puesto que no cesa de afirmar que la muerte no posee ningún sentido para él. Según sus propias palabras, “la muerte me pone furioso. Y la muerte prematura aún más” (Mike Wilson, 1998, op.cit.).

Muchos investigadores, filósofos de la ciencia y especialistas en bioética no se muestran tan entusiastas ante la perspectiva de una prolongación exagerada o indefinida de la vida humana. Advierten sobre la sobreexplotación de los recursos naturales, el incremento de los problemas sociales, la repercusión en la economía, y -sin duda- la posibilidad de que la brecha social ya existente cobre dimensiones apocalípticas.

En el año 1895, el escritor británico H. Wells publicó su célebre novela La máquina del tiempo, basada en la corriente filosófica del eternalismo. Aunque muchos creyeron que se trataba del género de ciencia ficción, Wells expuso en esta obra una tremenda y profética visión del capitalismo. El protagonista se desplaza al futuro, en el que encuentra dos razas claramente diferenciadas, dos evoluciones degeneradas de los humanos: los eloi, seres inmortales que viven en la superficie, despreocupados de toda necesidad, y los morlocks, que habitan bajo tierra, mueren, y representan la clase trabajadora que mantiene a los que viven en el mundo de la luz. Gracias a su inmortalidad, los eloi han perdido incluso sus propiedades sexuales, al punto de que carecen de sexo. Leído desde la perspectiva actual, la fantasía de Wells es verdaderamente escalofriante, incluso más que las predicciones de Orwell y Huxley. En el capítulo XIII de La máquina del tiempo, el autor expone con finos y dramáticos argumentos cómo el capitalismo desemboca en un futuro paradójico donde la inmortalidad física equivale a la extinción del deseo, condenando a los idílicos eloi a una existencia rayana en la idiocia.

¿Qué subyace a este delirio actual de inmortalidad que no carece ni de recursos técnicos ni de ingentes cantidades de dinero para materializarse? Hay (como es el caso de Laurie Zoloth, experta en bioética de la Universidad de Northwestern) quien se interroga sobre el deseo que anima a estos multimillonarios diseñadores del futuro, empeñados en una cruzada filantrópica que se supone destinada al bien de la Humanidad. ¿Hasta qué punto ese deseo no esconde una voluntad más oscura que, procurando retar a la muerte, es en el fondo un demonio aún más letal? El debate es complejo, pero Zoloth es muy aguda al afirmar que “es apasionante y maravilloso formar parte de una especie que tiene grandes sueños. Pero también quiero formar parte de una especie que se ocupa de los pobres y de los moribundos, y me preocupa que nuestra atención se centre en un mundo futuro rutilante hecho de fantasía, y no en el mundo real en el que vivimos” (Tech TitansLatest Project: Defy Death, The Washington Post, http://www.washingtonpost.com/sf/national/2015/04/04/tech-titans-latest-project-defy-death/).

 

Haz el bien, pero no dejes de mirar a quién

Aunque la filantropía es una práctica muy extendida en el mundo anglosajón como método para compensar la escasa inversión social del Estado, aliviar la conciencia y -por supuesto- la carga fiscal, Freud supo diseccionar la agresividad inconsciente que con frecuencia se esconde tras la buena intención de hacer el bien. Pero incluso más allá de ello, resulta significativo contrastar la posición subjetiva de otro gran súper millonario, Bill Gates, quien ha puesto un gigantesco empeño económico y moral en el desarrollo de los países más pobres, apuntando al extremo contrario de la vida: los recién nacidos. Tanto él como su esposa Melinda han dejado claro la obscenidad que supone invertir miles de millones de dólares en el diseño de un mundo futuro de elites potencialmente inmortales mientras en el planeta actual la malaria y la tuberculosis diezman poblaciones enteras.

¿Cuál es el fondo de esta declaración de guerra contra el envejecimiento y la muerte a golpe de talonario? ¿Se trata de una mera cuestión de mercado? El tema es mucho más complejo, y sin duda más apasionante: es el combate entre dos paradigmas, dos modos de concebir la ciencia, dos modos de aproximarse a la fantasía humana que desde el inicio de los tiempos se ha rebelado contra la muerte y ha buscado toda clase de estrategias para exorcizar su poder soberano. Dios no se ha mostrado suficientemente generoso a la hora de aliviar la caducidad de la vida, y por su parte los médicos se convierten en rehenes de la industria farmacéutica y la bioingeniería. Para colmo les han surgido nuevos e inesperados contrincantes, que tienen a su favor no sólo un presupuesto mayor del que posee cualquier Estado, sino que están animados por una convicción delirante imposible de fracturar: los chicos de Silicon Valley, decididos a darle la vuelta al método científico clásico por considerarlo anacrónico e inadmisiblemente lento. En su lugar, apuestan por reunir los miles de millones de datos que los usuarios de internet dejan diariamente en sus búsquedas, en el uso de sus redes sociales, en sus movimientos físicos y geográficos registrados por los nuevos dispositivos (iWatch y tantos otros) para correlacionarlos entre sí. La hipótesis se basa en la acumulación de incalculables masas de datos con el fin de trazar patrones de conductas y vincularlos al surgimiento de trastornos, enfermedades y conductas de riesgo. Una vez más, la conducta resulta ser la unidad de medida, conforme al esquema cognitivo-conductual que se asume como la psicología “científica”, incluso aunque aumente el número de científicos que comienzan a cuestionar su verdadera utilidad, y muchos especialistas en filosofía y ética se preguntan si dicha psicología no será una forma disfrazada de ideología destinada a la fabricación homologada de humanos “inteligentes”. Una de las mayores falacias de la posmodernidad tecnológica consiste en la promoción de lo “personalizado”, de la aplicación, programa, mapa, diseño o servicio supuestamente “pensado” para la singularidad de cada usuario, cuando en verdad dicha “personalización” se concibe a partir de un estándar universal que establece mediante algoritmos la diferencia entre lo sano y lo enfermo.

 

Los genes, unidos, jamás serán vencidos

No es necesario ahondar demasiado para descubrir algunos elementos no tan “desinteresados” en el trasfondo de esta nueva maratón de la longevidad. Muchos de los empresarios de Silicon Valley padecen alguna clase de trastorno o enfermedad, y endulzan los bolsillos de brillantes investigadores de Harvard, MIT y otros grandes centros a fin de que apresuren sus experimentos. Sergey Brin, cofundador junto con Larry Page de Google, posee una anomalía genética que lo vuelve más propenso al Parkinson, pero no le ha temblado nada al firmar un cheque de 150 millones de dólares para ganarle la carrera a la posible enfermedad. Que el síntoma puede además contribuir al lazo social lo demuestra muy bien su esposa Anne Wojcicki, quien ha fundado su propia compañía 23andme. Una simple muestra de saliva en un bastoncillo enviado por correo, y el usuario (por solo 99 dólares) obtiene de vuelta la información genética que le permite conocer datos de sus ancestros y la propensión a ciertas enfermedades. Así de sencillo. Por supuesto, el truco consiste en que la información que se recibe corresponde a un ser humano único, irrepetible: usted. Si existe un gigantesco e indiscutible éxito lucrativo del capitalismo, sin duda hay que reconocerlo en la genial mercadotecnia de uno de los resortes más poderosos del ser humano: su paradójico deseo de ser único y a la vez normal, es decir, igual que todos los demás. Wojcicki es elocuente: “A nadie le importa si uno dice que hay un gen suelto por ahí. Pero cuando puedes reunir a una comunidad de personas que son conscientes de su estatus, entonces súbitamente comienzas a comprometerte” (The Washington Post, op. cit). El psicoanálisis estudia con particular interés el gregarismo contemporáneo que se teje alrededor de un núcleo sintomático. El síntoma puede convertirse en un modo de combatir la creciente soledad existencial de una época en la que, curiosamente, estamos sometidos a la comunicación digital perpetua. Sufrir alucinaciones auditivas suele ser un tormento espantoso, pero formar parte de la comunidad de “escuchadores de voces”, que reúne a millones de personas en foros internacionales donde discuten y hablan de sus experiencias alucinatorias, es por el contrario una experiencia que alivia y consuela. Estas nuevas “comunidades sintomáticas”, a las que se añaden ahora los grupos genéticos, anticipan formas de religiosidad y espiritualidad que suplen los modelos tradicionales en desuso. ¿Por qué limitarse a formar lazos basados en identidades sexuales, si las alteraciones genéticas ofrecen miles de oportunidades de fundar colectivos amalgamados por los caprichos de una mutación en el ADN?

 

Las nuevas guerras médicas

Susan Jacoby, una de las mentes filosóficas más brillantes de los Estados Unidos, ha escrito un libro contundente y extraordinariamente documentado sobre el delirio de la eterna juventud: Never say die (Nunca digas morir). “Aceptar que la inteligencia y sus invenciones jamás ganarán la batalla al amo supremo, la muerte, es la auténtica afirmación de lo que significa ser humano”, escribe en su libro. Y el insuperable Philip Roth añade: “Susan Jacoby, enemiga jurada de la irracionalidad en todas sus formas, tiene muy malas noticias: todos vamos a morir, pero primero nos haremos viejos. No más viejos, sino realmente viejos. Ella agujerea la promesa de que llegaremos a “curar” el envejecimiento. Las buenas noticias son que si logramos despertar de nuestros delirios, conseguiremos envejecer con dignidad”.

Pero esta postura ética ante la muerte -lo que el psicoanálisis estudia bajo el concepto de castración, como límite que señala la frontera donde lo imposible se vuelve condición necesaria para la supervivencia del deseo de vivir- choca contra la sinrazón de otros que no sólo se valen de su solidez económica, sino del inmenso poder mediático del que disponen a discreción. Es el caso de Vinod Khosla, uno de los grandes multimillonarios de Silicon Valley, fundador de Sun Microsystems. En una conferencia dictada en la Cumbre de Innovación para la Salud que tuvo lugar en agosto de 2012 en la ciudad de San Francisco, calificó la medicina actual como una suerte de brujería atascada en la tradición. Los médicos, según Khosla, no se diferencian mucho de los practicantes de vudú, y augura que el 80 % de estos profesionales serán reemplazados por máquinas que harán el trabajo mucho mejor. Esta declaración de guerra contra el colectivo médico fue inmediatamente rebatida como “repugnante”, y vista como una clara señal de que algunos ingenieros están empeñados en arrebatar el cuerpo humano a la medicina. Para Khosla, los médicos son un estorbo en el cuidado de la salud, la cual debería basarse fundamentalmente en la recopilación de datos, y no en el tratamiento de las enfermedades. Está convencido de que “ofrecer a los consumidores más oportunidades, acceso y posibilidades de elección de la información sobre sí mismos y sus cuerpos les dará el poder para hacer lo más conveniente” (http://thehealthcareblog.com/blog/2012/08/31/vinod-khosla-technology-will-replace-80-percent-of-docs/). Lo más alarmante del delirio de Vinod Khosla es su alcance premonitorio: la medicina es progresivamente secuestrada y desmantelada por una elite dominante de ingenieros y super técnicos, quienes a su vez se arrogan el poder de desafiar al discurso científico, haciendo realidad la visión que Heidegger alumbró en sus conferencias sobre la técnica.

 

No sólo de escáneres viven los pacientes

Abraham Verghese, especialista americano en medicina general, escribió un conmovedor testimonio que es al mismo tiempo una seria advertencia sobre la extinción progresiva de la sabiduría médica. En una clara sintonía con lo que el psicoanalista Jacques Lacan desarrolló en su conferencia de 1966 “Psicoanálisis y Medicina”, Verghese denuncia el peligro que supone estudiar los escáneres en lugar del paciente (http://www.nytimes.com/2011/02/27/opinion/27verghese.html). “El lugar donde se produce el diálogo entre doctores y personal de enfermería es el ordenador”. Para este médico, la pérdida de las habilidades propias de los practicantes, el desuso de su capacidad para escuchar al enfermo antes de hacerlo desaparecer bajo una montaña de protocolos y pruebas técnicas, es uno de los errores más graves que conducen a la mala praxis médica y a la perversión definitiva de un saber que, desarraigado de la tradición, corre el riesgo de caer en la degradación de la terapéutica. Examinar el cuerpo, palparlo con las propias manos, sigue siendo un ritual que Verghese considera necesario preservar por su inmenso valor simbólico. Su experiencia le ha demostrado que lo simbólico tiene su eficacia, tanto como la información que puede brindar la tecnología, cuyas ventajas no desconoce en absoluto, pero que no bastan para sostener una praxis médica en la que no sólo es el organismo lo que está en juego, sino el sujeto, es decir, la relación de un ser que habla con un cuerpo al que no sólo lo atormentan los virus y las anomalías genéticas, sino también el inconsciente. “He descubierto que los pacientes de casi todas las culturas tienen grandes expectativas en el ritual de la exploración cuando son vistos por un médico […] Los rituales suponen franquear un umbral, y eso es decisivo para cimentar la relación médico-paciente, un modo de decir “Estaré junto a usted a lo largo de esta enfermedad. En la duras y en las maduras”. Es decisivo que los médicos no olviden jamás la importancia de este ritual”.

La nueva locura de la acumulación hiperbólica de datos, convertida en el credo contemporáneo de las sectas de Silicon Valley y sus billonarios profetas, son la prueba fehaciente de que la separación entre ciencia y técnica avanza hacia un horizonte irreconciliable. Si la imposibilidad era el principio rector del discurso científico, para la técnica nada es imposible, y por ello es el instrumento más apropiado para la realización material y espiritual del capitalismo. La verdadera ciencia es lenta en su progreso y su avance. Los súper técnicos, en cambio, tienen mucha prisa por alcanzar sus objetivos. Para ellos, no sólo la muerte es un obstáculo en su carrera. También lo es el tiempo. Tal vez sean el anticipo de una nueva configuración de la subjetividad: el hombre sin inconsciente, el hombre al que nada divide, el hombre convertido en centro de sí mismo. El hombre definitivamente curado del síntoma de ser humano.

Gustavo Dessal. Miembro ELP y AMP. Madrid.

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