En España, el hecho de recordar -y hasta el hecho de olvidar- reviste una significación grave y muy especialmente cuando el país todavía intenta devolver a la memoria colectiva lo que con frecuencia se ha travestido o anulado: los episodios de la guerra.

El deber de memoria no es solo su aspecto puramente histórico, puesto que hunde sus raíces en los fundamentos inconscientes que permiten tanto el hecho de recordar, es decir, de seleccionar lo que se conserva en la memoria, como el de olvidar.

Hay civilizaciones enteras que no quieren recordar nada que no sea un relato oral y que desconfían de cualquier otro medio de transmisión y de herencia; otras que, con una meticulosidad casi compulsiva, lo archivan todo, lo microfilman y lo acumulan lo más miniaturizado que se pueda, como si esperaran salvarlo de algún apocalipsis.

¿Para qué se recuerda? ¿Es para que el pasado no se repita? ¿para activar el presente con las enseñanzas que hemos derivado de los hechos? ¿para revitalizar la actualidad y alimentar el presente con un pasado mítico? Básicamente en España la memoria histórica apunta a unir a aquellos que se reúnen con el propósito de recordar a las víctimas de la guerra. Alguien dijo que el amor era el hecho de recordar juntos algo o alguien que no está.

La primera enseñanza de la transición democrática de finales de los 70 es política: estudiar el modo en que un país puede olvidar su pasado.  La segunda es filosófica: en España, en la transición,  el post-modernismo, como si fuera el trazo por excelencia de la modernidad, ayudó al repudio de la memoria y a  la valorización sistemática de la novedad, rechazando así todo parti-pris dogmático. Lo hizo no tomando literalmente, tal y como fueron, los rasgos del pasado, sino repensándolos siempre en función del presente.

Pero ¿cómo focalizar algo en el recuerdo? Los pintores saben hacerlo con un detalle de la imagen, desdibujando o dejando inacabado el resto. Pero, en la memoria, si insistimos hasta la saturación en un acontecimiento, olvidando los otros, si lo repetimos día y noche, lo convertimos, paradójicamente, en algo imperceptible, como los latidos de nuestro propio corazón. La repetición anula, no es más que un heraldo de la muerte.

Para los griegos la memoria política tenía su modelo, y casi su argumento, en la demasiado célebre cólera de Aquiles. Para ellos la memoria era algo parecido a una pasión. Algo como, hoy día, para dar un ejemplo, el progresivo desliz, de un individuo hacia el alcohol, algo que hay que dominar. En resumen: una desmesura. Es por eso, dijo, que los griegos inventaron la idea de amnistía. Y hasta la amnistía misma.

En el año 403, después de la llamada Tiranía de los Treinta, cuando se restableció la democracia, también se inauguró en Grecia una práctica entonces escandalosa: el perdón, mas no el olvido. Ahora, bien, algunos escapaban a esta incongruente distorsión de la memoria, los propios treinta. Cada ciudadano se comprometía a no perseguir a los culpables de los desafueros que se perpetraron durante la tiranía. ¿Cómo no evocar ante este ejemplo la situación española de la transición democrática?

Las víctimas no olvidan, no pueden olvidar. ¿Se debería culpabilizar el olvido? Sería de un gran servicio para las generaciones venideras que los programas de estudio de nuestro país tomaran ejemplo del estudio de Henry Kamen en Los desheredados. Los exilios que crearon la Cultura Española (The Exiles who created Spanish Culture, Penguin Books, 2008) donde se muestra cómo los diversos exilios de España, desde los judíos, los musulmanes  y los protestantes hasta los liberales, los socialistas y comunistas, los artistas, escritores y músicos, desde Picasso, Miró, Dalí y Buñuel han moldeado la cultura española.

Vicente Palomera, miembro ELP y AMP. Barcelona.

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