Me preguntaba sobre las razones de la crisis. Y la verdad, es que no entiendo mucho de eso. Como si hubiera varias causas, dos o tres causas claras a las que atribuir la debacle económica y social que estamos viviendo… ¿Estamos? ¿Quiénes?

Cuando nos referimos a La crisis, ¿de qué estamos hablando? ¿Nos referimos a la crisis inmobiliaria española que se empezó a detectar a finales de 2006? ¿A la crisis de la deuda griega que se desencadenó a finales de 2009? ¿A la crisis financiera española que estalló en 2008? ¿A la crisis financiera global que se inició en agosto de 2007, en Estados Unidos, la de las famosas hipotecas tóxicas o subprime? ¿A los primeros recortes de la sanidad catalana que anunció el Gobierno de Artur Mas al llegar al poder a finales de 2010? ¿A la crisis de las cajas de ahorros española, que condujo a la intervención de varias entidades, la mayor de las cuales Bankia, y que precipitó el rescate financiero de España por parte de la Unión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo? ¿A la crisis de la desigualdad, pues la economía española crece ya, y a la vez se ha abierto una herida social entre clases que impide la llegada de la recuperación a la mayor parte del país, a los más pobres? ¿A la crisis política del sistema, de la credibilidad de los partidos, del bipartidismo, de las instituciones, de la Transición…? ¿Al auge del independentismo catalán? ¿A la crisis de inundación de liquidez que protagonizan los bancos centrales?

Todos estos interrogantes son sólo un botón de muestra de una obviedad: la crisis es un concepto complejo de acotar y diseccionar, puesto que todo lo arrasa, como una ola que lleva a la orilla viejos restos de algo que ocurrió y que regresan mar adentro para participar en la construcción de la siguiente ola. Y cada ola que se conforma divierte –mientras se gesta- a los surfistas, a los niños, a los juguetones, hasta que se estrella contra tierra firme. Besa la arena y vuelve a por más. Una crisis desata otra crisis, la Historia quizá no sea más que una sucesión de crisis, por evitar decir una sucesión de guerras. “La crisis es la anticipación de la guerra, con otros miedos” para parafrasear a Clausewitz, con un witz.

Para explicar el origen de la crisis, primero hay que saber de qué crisis hablamos; después, saber que lo que nos rodea es una historia donde suceden múltiples capítulos al mismo tiempo en distintos lugares, pero cuyas fronteras la globalización ha vuelto porosas. Que mientras ocurre A en X, B se produce en Y y, de pronto, lo ocurrido (A) en X puede tener un efecto distinto al combinarse con B en Y. Y también en A.

La cuestión es dónde hacer el corte sobre el inicio del cuento. La historia no deja de ser una construcción. La “realidad” es una cebolla con capas que pueden remontarse hasta cuando nosotros decidamos. La crisis griega se debe –nunca mejor dicho- a la ingente cantidad de deuda pública que tiene pendiente de pago el Estado heleno. Bien. ¿Pero habría aumentado tanto la deuda pública si no se hubiera aplicado en el país un programa de medidas de austeridad brutal? ¿Se habría desbordado la deuda si la banca francesa y alemana no hubiera alimentado créditos irresponsablemente a quienes no podían devolverlo (o la responsabilidad sólo es de una parte)?¿Pero no se habría ahorrado este triste episodio si los socios de Atenas no le hubieran permitido entrar en el euro, pues sabían que no cumplía los criterios que se exigieron? -Fue una decisión política su entrada, al fin y al cabo. Pero si no hubiera entrado en el euro ¿habría habido tal cantidad de dinero barato por los bajos tipos de interés? ¿Y si Goldman Sachs, banco de inversión que ha proporcionado cuadros europeos de primera división como el actual presidente del BCE, Mario Draghi, (que hoy exige recortes y más recortes a los griegos) no hubieran asesorado a los mismos griegos para que su contabilidad creativa les permitiera entrar en el club de la moneda única? ¿Y si el Gobierno de Atenas no hubiera tardado años en desvelar que sus cuentas públicas no cuadraban? La cuestión es que la confianza de los inversores se desvaneció en Grecia. Y los especuladores atacaron a España, Portugal, Irlanda, incluso Italia y, de lejos, Francia. Así que el euro mismo entra en peligro, al afectar los vaivenes financieros a economías mucho mayores que la griega ¿Pero habrían podido atacar a España si España no estuviera chapoteando en una crisis inmobiliaria mayúscula tras años de crecimiento artificial basado en el ladrillo y en la burbuja del crédito? ¿Y habría habido crecimiento artificial si no hubiéramos entrado nosotros en el euro? ¿O si el precio del dinero no hubiera estado por los suelos? ¿Y acaso el precio del dinero hubiera estado por los suelos en Europa si no hubiera seguido los pasos de la Reserva Federal en EE UU? ¿Y acaso habrían sido igual de bajos los tipos si no hubiera habido que espolear la economía cuando se produjo el atentado del 11-S contra las Torres Gemelas? ¿O si previamente no hubiera tenido lugar la explosión de la burbuja de las llamadas punto.com o primera adolescencia de las start-up nacidas al calor de Internet? En efecto, ¿dónde ponemos el corte? Pero si nos ponemos estupendos, ¿acaso estaríamos donde estamos si los mercados no estuvieran interconectados? ¿Y acaso lo estaríamos si no hubiéramos apostado por la globalización? ¿Y habríamos apostado por la globalización si la mayoría de economistas hubieran concienciado a políticos y sociedades sobre las bondades del libre comercio (de dinero y de productos, pero no de personas, ¿eh?) ¿Y sobre las bondades de las privatizaciones y las liberalizaciones y la competencia? ¿Y hubieran triunfado esas ideas si los gobiernos de Thatcher en el Reino Unido y Reagan en EE UU no hubieran desmantelado organismos públicos, sindicatos y, sobre todo, la idea de que el Viejo Estado del Bienestar daba sentido al modelo social europeo? ¿Pero acaso hubiera existido el modelo social europeo sin una sociedad magullada que reconstruir, con millones de muertos sobre la mesa, y mucho temor a la expansión del comunismo? ¿Y sin el miedo a otra revolución de octubre, pero en Europa, ¿acaso Washington no hubiera liberado también a España de la dictadura de un tirano fascista, como se llenó la boca de haber hecho en Francia y en Europa? ¿Y acaso hubiera estallado la segunda guerra mundial sin la humillación de Alemania tras la primera?

Por supuesto, esta sucesión de interrogantes tiene un punto de ironía. Un punto de ironía que únicamente pretende decir lo que nosotros, psicoanalistas, pero no sólo, ya sabemos: que todo es mucho más complicado de lo que aparece en realidad. Sin duda podemos aislar algunas causas de los acontecimientos, pero sabiendo que es un ejercicio tremendamente limitado, por lo imposible de dar cuenta con las palabras de lo indecible, pero también por la contingencia que lleva al sin sentido, por el agujero en un supuesto encadenamiento causal sin falla. Y quizás, a la vez, tremendamente ilimitado, por las infinitas lecturas que podemos hacer según las elecciones de lo que consideremos relevante. Eso no significa que no haya Malos en la Historia. Pero seguro que significa que no hay Buenos.

En julio del año1929, Freud acababa El malestar en la cultura, obra esencial según Lacan, escrita después de haber llevado a un primer plano la noción de pulsión de muerte. En este texto Freud evoca la pulsión de destrucción y de autoaniquilación de todos los seres humanos, de los seres que hablan. Para Freud, el hombre es también un lobo para su prójimo. Este prójimo, no sólo es un objeto de amor, sino una tentación para satisfacer en él la agresión, explotar su fuerza de trabajo, desposeerlo de su patrimonio, humillarlo, martirizarlo y asesinarlo[1]. Unos meses más tarde, el martes 29 de octubre, estalla la crisis financiera de 1929, preludio a una terrible crisis económica cuyo desenlace serán el nazismo y la guerra. Un año más tarde, en la segunda edición de su libro, Freud añade una frase, diciendo explícitamente que en el combate eterno entre Eros y Thanatos, nadie puede saber cuál de los dos acabará venciendo[2]. En El malestar en la cultura, Freud confiesa la propia dificultad que tuvo en admitir la idea de una pulsión de destrucción, su propia actitud defensiva, y cuanto tiempo hubo de pasar hasta que me volviera receptiva para ella[3]. Es difícil aceptar la indiscutible existencia del mal, añade.

Isabelle Durand. Miembro ELP y AMP.

[1] Freud, S., El malestar en la cultura, Obras Completas Vol 21, Amorrortu editores, 1992. p. 108

[2] Ibid, p. 140.

[3] Ibid, p. 116.

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