En los testimonios de guerra encontramos una necesidad de explicar, poner palabras allí donde aconteció lo traumático. Es patente en este intento fallido, una y otra vez, el rehuir de las fuerzas de la represión freudiana que empujan al olvido de lo que es inasimilable en el lenguaje. Es en este punto, en el límite del lenguaje, que la experiencia del exilio toma otra dimensión y es que la vivencia de lo real en el cuerpo da cuenta de un exilio estructural, el del propio sujeto que habla.

Esto que podríamos llamar el exilio de uno mismo, pasa por la experiencia de una marca, del trazo de lo inhumano y del resto que nos deja: una huella «no histórica»[i], la letra muda en torno a la que se urden todas las historias.

Mi interés por este tema surge del encuentro con una historia “Un cel de plom” de Carme Martí, quien novela la historia de Neus Català, una de las pocas supervivientes aún de los campos de exterminio nazis, en concreto del de Ravensbruck.

A diferencia de otros testimonios que nos han dejado escritos propios, ella nunca quiso hacerse cargo de su propia enunciación, más bien su empeño era hacerse la voz de todas esas mujeres que sufrieron a su lado. Pero esto no exime al relato de hacer pasar, a través de la escritura de Carme Martí un real y eso le da estatuto de testimonio. La misma autora explica que allí donde Neus no tenía palabras las tuvo que reescribir.

Entre otros testimonios de guerra, María Zambrano, por su afición por la escritura y el uso que hace de ella, nos ha dejado un legado sobre el exilio que nos muestra una vivencia particular de la pérdida de la patria, no sólo la que se deja atrás en el movimiento forzado que implica la huída, sino la propia patria, esa que es producto del exilio y de la nostalgia:

“Hay ciertos viajes de los que sólo a la vuelta se comienza a saber. Para mí, desde esa mirada del regreso, el exilio que me ha tocado vivir es esencial. Yo no concibo mi vida sin el exilio que he vivido. El exilio ha sido como mi patria, o como una dimensión de una patria desconocida, pero que una vez que se conoce, es irrenunciable.”[ii]

Y de este real se trata, el que lleva implícito la experiencia del exilio y que devela un goce singular, ese que nos exila del Otro.

A este goce se refiere Lacan en el seminario del Sinthome[iii], donde equipara el exilio a la imposibilidad de la relación sexual y lo refiere a Joyce y a su obra Exiles. En ella más allá del relato se encuentran los vericuetos de la lalengua de los que Joyce se sirve para hacer su sutura.

Sabemos también que Lacan conceptualiza Joyce como un desabonado del inconsciente, quien con su artificiar inventa un sinthome, una formación fuera de discurso. En este caso el desabono permitiría la invención de una letra, que Joyce escribe y que cifra un modo de gozar.

Lo que encontramos en algunos testimonios de lo que fue el exterminio nazi, más que desabono se trataría de un arrasamiento del inconsciente.

Primo Levi, quien sobrevivió a Asuchwitz, describe la vergüenza de ser esta clase de excepción: “Los peores sobrevivieron: esto es, los más aptos; los mejores murieron todos… nosotros, los sobrevivientes no somos los verdaderos testigos… Somos aquellos que por suerte no tocaron fondo. Los que lo hicieron… no regresaron para contarnos sobre ello, o regresaron mudos […]”[iv]

En sus palabras se ve cómo no se puede separar fácilmente al testigo del superviviente, por el hecho de que se testimonia allí donde hay una imposibilidad de decir.

Esa es la genialidad de Joyce quien dio la fórmula general del escabel, encontrando su manera de escribir esa imposibilidad. Por eso Lacan puede decir que Joyce se consuma como sinthome sin retroceder delante del exilio que conlleva llevar hasta el límite su fidelidad a su goce.

Tomar el concepto de exilio como una cuestión estructural en el parlêtre nos da otra perspectiva del tratamiento que se puede hacer de éste. Desde Freud es sabido que el psicoanálisis opera con la palabra y que el sentido puede resolver algo de este goce doloroso, pero quedarse ahí no alcanza a la solución sintomática. Lo que introduce Lacan con el concepto de sinthome es que se requiere de un relieve. Jacques Alain Miller en su curso Piezas Sueltas nos dice que se trata de “un relieve que resta siempre en la medida en que cada uno es único y que su diferencia reside en la opacidad que siempre resta. Ese resto no es el fracaso del psicoanálisis sino, propiamente hablando es lo que hace vuestro valor, por poco que sepáis hacerlo pasar al estado de obra. Sin duda es por allí donde cada uno peca, tropieza, renguea, pero es así que se hace para cada uno su diferencia o su nobleza.”[v]

Es decir, que no se trata de armonizarse a ese goce extraño, ya que su estatuto mismo implica una imposibilidad en la “aprehensión experimentada de la inexistencia”.[vi]

Esto me hizo recordar algo que pude leer en la novela de la que os hablaba al principio, la extrañeza que implicó para Neus Català ser liberada del campo de extermino y cómo hizo para seguir adelante en un instante muy concreto de su vida.

En el momento de la liberación nos dice que no sintió nada, vacío, muerte. Al llegar a su casa donde la esperaban sus padres empieza a experimentar una desgana por vivir y una desidia por explicar eso que nadie podía comprender. El día que pudo levantarse de la cama lo primero que hizo fue vestirse con la ropa de deportada y descalza fue a hacerse una fotografía. La colocó enfrente de su cama y cada mañana era lo primero que veía. Era lo único que la hacía revivir y que le permitía hacer con la vida que le habían dejado, una vida que se le hacía extraña. Ni ella, ni nosotros los lectores, sabemos nada más de eso, simplemente le funcionaba. Esta solución le sirvió durante un tiempo, el necesario hasta que pudo volver al trajín político.

Una manera de explicar la función que tenía esta fotografía para ella la encontré en Gerard Wajcman (el objeto del siglo), quien nos dice que el arte puede hacer visible algo sin la necesidad de reproducirlo. Quizá de esto se trataba, de hacer visible algo que no se puede decir, de lo inefable de la vivencia traumática y que se inscribió en el cuerpo.

Para terminar tomo otra vez a Jacques Alain Miller en su curso Piezas ueltas a partir del que se puede decir que la experiencia de un análisis pone en evidencia el hecho de que el cuerpo atravesado por el lenguaje no coincide con el sujeto, sino que le pertenece como un tener, una herencia, que estorba más cuanto menos la asume el sujeto como lo que es, mientras sigue lamentándose del exilio en el cual vive respecto a un goce que le está aferrado a la carne y del cual sabe bastante poco o nada quiere saber.

Andrea Freiría. Socia sede Barcelona  ELP. 

[i] Jorge Alemán en Lacan, Focault: el debate sobre el «construccionismo» se puede encontrar online: http://www.lacan.com/eldebate.htm

[ii] Jose Luís Abellán. María Zambrano: Una pensadora de nuestro tiempo. ANTHROPOS, 2006. p.50

[iii] Jacques Lacan. El Sinthome. Clase 13 de enero de 1975

[iv] Primo Levi, Los hundidos y los salvados, El Aleph Editores, Barcelona, 2002, p. 54

[v] Jacques Alain Miller “Piezas sueltas” en Freudiana num. 50 p.16

[vi] Jacques lacan. Seminario 20. Clase 23 de junio de 1973.

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