Crisis es un significante que no nos es ajeno a los psicoanalistas. Me parece apropiado pensarlo como acontecimiento traumático, no por el hecho grave si es que lo hay, sino por lo que hay de inasimilable para el sujeto. Toda crisis tiene sus momentos. Sucede en un tiempo que, para el sujeto concernido, es importante pasarlo de largo. En ocasiones se produce una ruptura con un estado anterior. Toda la cuestión será qué y cómo se encuentra después, superado el bache.
El tema que nos convoca para estas XIV Jornadas de la ELP contiene su punto neurálgico en la pregunta a formularnos: ¿Qué dicen los psicoanalistas?. A partir de este decir, lo que me parece central es que nos expongamos en: ¿Qué hacen los psicoanalistas?
En mi práctica institucional última, en el campo de la salud mental, me quedé con el decir de los niños y los jóvenes que, afectados por un tiempo u otro de crisis, dieron cuenta de una posición de dignidad para sostener un deseo particular.
Alicia, de doce años, tuvo que pasar su propia crisis cuando ella eligió no someterse, al menos durante un tiempo, al diagnóstico de discapacidad (léase si se prefiere, disminuida) y pasar por el marco de la educación especial, por el que no obstante había transitado. El problema no era tanto el diagnóstico en sí, y mucho menos que la escuela en la que estuvo durante dos cursos no le diera buena atención; el problema fue que ella dijo No al bien universal establecido, eligiendo identificarse al malestar de la madre que la llevaba a estar en desacuerdo, y oponerse, a este circuito educativo.
La niña tenía un desorden simbólico y le costaba mucho seguir el ritmo y el nivel de los estudios, pero Alicia era una chica lista, activa y con ideas e iniciativas para ser una joven moderna, según su deseo, que quiere entrar en una escuela de diseño y arte gráfico. Su capacidad artística era sobresaliente. De su valentía, obtuvo su entrada en un instituto público para iniciarse en la ESO, como las demás chicas.
Alicia no entendía por qué su tutora y, en su decir, “esos dos señores que daban un poco de miedo”, el coordinador y el director del instituto, insistían en reunir a la madre en un pequeño tribunal de expertos pedagógicos para cuestionarle su decisión de permitir que la hija no continuase su formación con los niños débiles mentales con los que, según indicaba el protocolo de evaluación, ella debía estar. El fin era convencerla de que la hija no podía continuar en el régimen ordinario de estudios.
Me preguntaba, y así lo volvió a hacer en nuestra despedida, por qué no podía seguir en su instituto donde ella era feliz, pues se rodeaba de sus compañeros de aula y compartía el gusto de sentirse como ellos. Incluso había acordado de ir sola desde casa al instituto. Un camino que, con entusiasmo, había memorizado y practicado una y otra vez. Una profesora la vio una tarde, según ella un tanto desorientada, y la madre fue interrogada respecto a su voluntad de protección de la hija. Alicia se encantaba mirando las cosas de su alrededor, pero no había perdido su orientación. Además, se sentía orgullosa de cómo confiaba su madre en ella.
La crisis de esta púber fue pasar por el tubo de un circuito que le marcaba una diferencia impuesta contra la que se rebeló. Mi respuesta fue durante el proceso de salida de la escuela de educación especial y en la entrada al instituto «normal» (como ella lo llamaba), no obstaculizar el deseo de Alicia por querer ser una chica de la ESO como las demás. Lo dije, lo escribí y lo ratifiqué al servicio de orientación educativo y al instituto. Se trataba de una apuesta por la dignidad del caso, no de lo que a los profesionales les pareciera mejor según la normativa vigente.
Se hizo necesario un tiempo de subjetivación, de pausa, tal que Alicia y su madre pudieran escuchar las indicaciones del equipo docente de encontrar otras salidas, dado que el contenido del curso era muy costoso de asimilar para la chica. No obstante, la joven persistía en quedarse en su aula con su gente.
En este punto me despedí del caso, la fuerza del deseo de esta joven le abría camino. Su enunciación singular nada tenía que ver con ser una discapacitada. ..
Rosa Godínez. Miembro ELP y AMP. Barcelona
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