Julieta viene a la consulta y no habla, solo responde si hay preguntas, siempre toma el mismo vaso de agua, hasta vaciarlo y pasa todo el tiempo de la entrevista mirando el vaso vacío por dentro mientras lo hace girar. No dirige su mirada, excepto cuando aparece una risa. Cada entrevista es igual, se repite una secuencia de goce, ¿de extracción?, ¿de aparición del sujeto? Sostener ese espacio, con ese tiempo y ese sin sentido, es una pregunta ética. Los efectos sólo se verifican en el decir.
Laia se ha cortado su muñeca y no come casi nada, “todo me da asco”, y fuma porros todo el día, antes de entrar al colegio y antes de irse a dormir. “Me relaja”, dice. Después de una serie de entrevistas en las que las mismas palabras sonaban una y otra vez sin poder ser interrumpidas refiere: “aunque el porro no me cura porque estoy igual o peor”. Laia sale de ese circuito que giraba sobre su cuerpo para empezar a hablar de su madre. Refiere que no la aguanta, pero que tampoco puede vivir sin ella, la trata siempre mal y se siente culpable. Tiene arrebatos, momentos de furia, situaciones límite en los que no sabe hasta dónde va a llegar. Comienzo de construcción de una crisis, crisis con el Otro, es ese Otro el que la saca, el que la enoja, el que le da asco. Es el Otro el que “me hace entrar en crisis”.
“Paso de todo, me da igual, no sé” son muletillas frecuentes que parecieran holofrasearse en cuerpos adolescentes tatuados, autolesionados, anoréxicos, castigados.
He recogido estas viñetas clínicas para preguntarme qué lugar otorgarle a este término crisis en la clínica con adolescentes. Siendo un significante tan banalizado y estropeado; pareciera muchas veces no existir para el adolescente.
En un sentido podemos enfocar la crisis como un tiempo productivo. Tiempo en el que el sujeto se detiene, es interrumpido por un significante o un acto que toca la defensa contra el goce. Una crisis puede llevar a un sujeto a consultar. Puede iniciar un duelo, despertarlo de su goce; cuestionar su deseo.
Pero ello no alcanza, porque la clínica nos enseña nuevas preguntas, ¿De qué manera se presenta hoy un adolescente en crisis? ¿El adolescente le escapa a la crisis? ¿Cómo introducir una separación entre el adolescente y esos objetos de consumo que hacen estrago? ¿Cómo abordar esas conductas errantes que tienen un lugar lógico en esta etapa de la vida? ¿Cómo hacer de una clínica del pasaje al acto, una clínica del acto en transferencia?
Clínica diversa del vacío, el adolescente se muestra vacío en su mirada. Se escuchan relatos vaciados de significación, que parecen no alcanzar nunca la huella del sentido. Los afectos como la tristeza y el enfado se desconocen. La vía del duelo y el camino hacia nueva identificaciones queda obturado.
¿Cuáles son las versiones de la angustia actuales? ; ¿Las crisis podrían ser una de ellas?
La clínica muchas veces se presenta muda. Muda porque el sujeto no sabe, no puede dar cuenta, no puede parar de actuar ese sinsentido del goce por el que quedó capturado. Nos encontramos entonces con un sujeto que pareciera quedar por fuera del tiempo del relato así como desenganchado del Otro.
La dificultad actual de la transferencia es, entre otras, la falta de suposición de saber, falta de creencia en el Otro que exige la pregunta de qué acto para el analista. La búsqueda desenfrenada de inscribir un límite conduce finalmente al cuerpo. Jacques-Alain Miller refiere que el saber antes depositado en los adultos, padres o educadores, actualmente está disponible automáticamente a simple demanda formulada en la máquina. “El saber está en el bolsillo, no es más el objeto del Otro”[i]. Antes había que buscarlo en el campo del Otro, había que extraerlo del Otro vía alguna estrategia, ya sea de seducción, obediencia o exigencia.
Podríamos decir entonces que ya no hay un trabajo por hacer. No habría estrategias que inventar, puesto que no hacen falta.
“Una autoerótica del saber”[ii] que deja escasos márgenes de actuación.
Uno de los efectos más devastadores de la época es que el cuerpo queda al servicio de la imagen, al precio de una satisfacción que siempre lo desborda, que siempre está en más.
Si tomamos el cuerpo como referente de los dichos del analizante, en un psicoanálisis le devolvemos al cuerpo la dignidad de su afecto. Mientras que afuera el Otro pone a disposición todos los goces, el analista oferta la posibilidad de orientar, sustraer, encauzar el goce sirviéndose del deseo.
Al decir de Philppe Lacadée, “nos corresponde saber instalar este punto desde donde, (que recuerda la función del ideal del yo), ya que a partir de ahí el sujeto puede volver a encontrar el gusto por las palabras, procurar la apuesta por la conversación y poner a distancia lo que se presenta como mancha negra en su existencia, y aunque sea la vergüenza o el odio, lo que le conduzca en ocasiones al arrebato de su ser.”[iii]
Lo insoportable exilia a veces al sujeto de su sentimiento de humanidad, excepto si el encuentro con el Otro abre este punto desde donde, un tiempo para comprender de otra manera a partir de un sí en su toma de palabra, en su parte de excepción, en su enunciación siempre incomparable; refiere Philippe Lacadée en su texto “El despertar y el exilio”.[iv]
Jacques Alain Miller retoma en su intervención “En dirección a la adolescencia”, que el comienzo de la adolescencia es el momento de entrada en cuenta, entre los objetos de deseo, de lo que Lacan aisló como el cuerpo del Otro. ¿Será ese encuentro con el cuerpo del Otro el que esté en crisis?
Renata Cuchiarelli. Socia de la Sede Cataluña de la ELP.
[i] Jacques Alain Miller. “En dirección a la adolescencia”. Intervención de clausura de la 3ra Jornada del Instituto del Niño: Interpretar al niño. 21 de marzo del 2015
[ii] Op.cit.
[iii] Phillipe Lacadée. El despertar y el exilio. Enseñanzas psicoanalíticas sobre la adolescencia. Ed. Gredos. 2010.
[iv] Op.cit.
Referencias: Graciela Brodsky. “Mi cuerpo y yo”. Conferencia pública pronunciada en la Universidad del Claustro de Sor Juana, México, DF, 20 de febrero del 2015.
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