Panic attack

La sociología contemporánea caracteriza a la época actual por el pasaje de la sociedad tradicional a la sociedad de riesgo y describe las transformaciones sociales producidas a partir de este pasaje. Por ello el amor -que confronta con el encuentro con el Otro sexo- verdaderamente suele dar miedo, un miedo pánico.

El ataque de pánico constituye un fenómeno que es destacado por el Manual de Diagnóstico en Salud Mental (DSM) en un lugar relevante. El desprendimiento de la tradición por parte de la sociedad moderna deja a los ciudadanos solos frente al porvenir; el encadenamiento del pasado con el futuro advino precario pues la tradición ya no asegura con sus normas y rituales un futuro predecible; en la modernidad tardía la conexión de lo pasado y lo futuro adviene contingente, ya no necesaria. Por todo eso, para nosotros el pánico –conjuntamente con la depresión y las adicciones– constituyen paradigmas actuales de las crisis de nuestro tiempo.

En una primera aproximación, diremos que el denominado “ataque de pánico” marca hoy el punto exacto del individuo sin recursos, desamparado frente al desfallecimiento del Otro, sin recursos frente a la caída del Otro; ese Otro que remeda al de la tradición y sus normas que daban garantía a los ciudadanos para hacerles el mañana previsible.

En el pánico no hay Otro que valga: el individuo se halla mortalmente solo frente a su dolor de existir; al mismo tiempo, también el pánico ‘se lleva puesto’ al Otro del sentido, presentando con su irrupción un sin-sentido, la ausencia máxima del sentido: de pronto, algo acontece que desespera al sujeto, llevándolo hasta una sensación de vértigo; pero cuando se intenta precisar qué fue lo que pasó, allí no ocurrió -en verdad- nada. O lo que es lo mismo, aunque las consecuencias sean devastadoras a nivel del cuerpo y del pensamiento –sudor, agitación, sensación de muerte, etc.–, no hay sentido que pueda evitar o explicar lo que allí ha acontecido; o –permítanme que lo diga de esta forma– no hay sentido que opere en el nombre del padre para que logre detener la irrupción del goce en el cuerpo, para decir que no a ese radical sin-sentido que amenaza con terminar con todo, con arrasarlo todo.

Hilflosigkeit: el Otro sin Otro

Es en esta perspectiva que el pánico es el afecto de la inexistencia misma del Otro (del Otro apaciguador, del buen padre, del padre de la tradición normativizante). Pero también es el pánico el afecto que marca la presencia concomitante de lo real sin investidura representacional (no hay palabra que nombre –es decir: que apacigüe– lo que acontece); el pánico da cuenta de la falta misma de representación, de la fuga estructural del sentido, de la ausencia irremediable del Otro del lenguaje —y de la ley, de la que el padre freudiano había parodiado ser el garante en la pantomima edípica al confundir prohibición con imposibilidad. Pero entonces ese desamparo, el Hilflosigkeit descrito por Freud y retomado por Lacan en el Seminario VI[1] para designar el “sin recursos del sujeto confrontado con el deseo del Otro”[2], ¿sigue en pie dicha formulación, en cuanto ya no habría Otro frente al cuál desfallecer? ¿O se trata de Otro “Otro” por considerar?

Me inclino por considerar que la caída del padre en la civilización (su ausencia) ha densificado, intensificado, la figura gozosa del Otro (su mortífera presencia en el parlêtre). Ante la inexistencia del Otro simbólico que regule el goce, más “sin recursos” queda el sujeto al confrontarse con el puro deseo del   Otro que procesa el fantasma del Uno.

Creo que solo convendría aquí incorporar la suposición del goce del Otro para leer en la actualidad la afirmación del ’58 del sujeto sin recursos frente al deseo del Otro”: suposición de goce ‘lee’: deseo del Otro.

En el ataque de pánico pareciera que el cuerpo adviene organismo, ya que queda reducido a las funciones orgánicas neurovegetativas (independientes de la voluntad). En el ataque de pánico no hay cuerpo libidinal; sólo un organismo sufriente sin Otro que lo asista, ni representación que lo vista. En este punto es imposible obviar la referencia freudiana de la angustia. Para Freud la angustia automática consiste en la irrupción de energía que no puede ser ligada por el aparato psíquico, de allí su carácter traumático. A ella le opone la angustia señal, la señal de angustia que advierte al sujeto del peligro que acecha.

Un problema clínico de aquí se desprende y es acuciante: cómo transformar el pánico en angustia en cada caso de urgencia subjetiva.

Broken dad

El trabajo analítico —en esta dirección— intentará resituar las coordenadas singulares de cada individuo para que advenga sujeto del inconsciente. La operación transferencial, por la vía del amor al saber ofrecerá la coartada para dar tratamiento al goce des-localizado que ha interceptado el cuerpo ‘degradándolo’ en organismo. Debemos ayudar a que el sujeto re-encuentre las representaciones que fueron expulsadas en el ataque de pánico, para que por ese medio se re-libidinicen los bordes del cuerpo. Por la erogeneización, el cuerpo volverá a su función subjetiva, para ello será necesaria la presencia de la angustia señal, la que señalará la vía de lo real balizada ahora por las representaciones.

A diferencia del semblante paterno, es importante -sobre todo en este punto- que el analista no ofrezca sentido, ni preste sus representaciones. El vaciado con el que responderá desde su instrumento (al que llamamos: deseo del analista) permitirá alojar las representaciones que le serán dirigidas orientándose por la angustia, señal. Se trata de un cambio de orientación: pasar de la irrupción de un goce des-localizado, sin ligazón que muestra la angustia automática (sufrimiento que ha tomado la carne del organismo en el denominado ataque de pánico) a la re-localización del goce en el cuerpo, erógeno. Por ello se trata para nosotros de una decisión, trazada en nombre del deseo del analista, y ya no en la espera tradicional y nostálgica de un padre que responda. Es éste nuestro modo de leer en “Breaking bad el broken dad, con el que caracterizamos al estado actual de la civilización[3] .

¿Por qué decimos esto? Porque no se trata de acostumbrar a que alguien sepa prevenirse de los ataques de pánico, a evitar que se produzcan, para después aconsejar respecto de lo que hay que hacer —y lo que no hay que hacer— en cada caso. No se trata —al menos no para nosotros— de imponerle al individuo un aprendizaje pautado, como rata de laboratorio haciéndole saber -en nombre de las urgencias, de su bien- qué tiene que hacer y qué no tiene que hacer. Ese padre, el de la tradición, el de las pretendidas garantías infinitas, él ya no existe y no podremos revivirlo por más que apelemos al máximo arsenal de conductas, aprendizajes y cogniciones atesorados por el sujeto para intentar conducirlo en el nombre de su Bien. Por ello, hacer función de objeto para el analista es no dejarse tomar por el representante representativo del amo de turno, rehusar a transformarse en ‘agente del marketing de la industria’. Es ésta nuestra vía para responder a la urgencia de las neurosis de masas, para no hacer nosotros, a su vez, masa con las neurosis en el nombre del padre. Responder así a la presión urgente del mercado que intenta que consumamos sus medicamentos, que usemos de un modo a-crítico sus instituciones normativizantes, que acatemos ciegamente a sus diagnósticos automáticos, recordando que lo primero que se espera de la norma que se aplica es que a ella se obedezca, pues el goce de su aplicación siempre es acumulación de poder, aunque aquel que la aplique no tenga de ello ni la menor idea. Queremos analistas advertidos -junto a psiquiatras decididos y operadores de la salud mental instruidos- para respetar la subjetividad, cada vez más amenazada por la urgencia del mercado que empuja al consumo, intoxicándonos.

 

Ernesto S. Sinatra. Miembro EOL y AMP. Buenos Aires

 

[1] Lacan, Jacques: EL SEMINARIO, Libro 6: “El deseo y su interpretación”, Edit. Paidós 2014

[2] ïbidem, pág.472

[3] Referencia a la miniserie Breaking Bad, con el equívoco que introduce la ruptura (broken) del padre (dad) en lugar del hacer el mal (breaking bad) que le da nombre a la serie y a la metamorfosis de Walt, su protagonista -también él, padre.

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