Reseña sobre Qué es un dispositivo[1], de Giorgio Agamben.

 

“En su forma extrema, la religión capitalista realiza la pura forma de la separación, sin que haya nada que separar. Una profanación absoluta y sin residuos coincide ahora con una consagración igualmente vacua e integral. Y como en la mercancía la separación es inherente a la forma misma del objeto, que se escinde en valor de uso y valor de cambio y se transforma en un fetiche inaprensible, así ahora todo lo que es actuado, producido y vivido –incluso el cuerpo humano, incluso la sexualidad, incluso el lenguaje– son divididos de sí mismos y desplazados en una esfera separada que ya no define alguna división sustancial y en la cual cada uso se vuelve duraderamente imposible. Esta esfera es el consumo. Si, como ha sido sugerido, llamamos espectáculo a la fase extrema del capitalismo que estamos viviendo, en la cual cada cosa es exhibida en su separación de sí misma, entonces espectáculo y consumo son las dos caras de una única imposibilidad de usar. Lo que no puede ser usado es, como tal, consignado al consumo o a la exhibición espectacular. Pero eso significa que profanar se ha vuelto imposible (o, al menos, exige procedimientos especiales). Si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.”

 

Con estas impresionantes –y aterradoras– líneas termina Giorgio Agamben su conferencia sobre el concepto foucaultiano de “dispositivo”. En la estela de otros trabajos Guilles Deleuze[2], Agamben nos ofrece su diagnóstico de la actual fase del capitalismo, dominado por el tándem consumo y exhibición especular, que ha subvertido las divisiones tradicionales que permitían en sentido amplio el uso, las prácticas, tanto en la línea de poder sacralizar algo (pasarlo de la esfera profana a la religiosa) como de poder profanarlo (usar en el ámbito profano lo que antes se restringía a lo sagrado). Para entender estas conclusiones recogeremos sucintamente los hilos que anteriormente desarrolla. Paralelamente a la argumentación de Agamben introduciremos entre corchetes algunos puntos de encuentro con los desarrollos lacanianos. Se trata de constatar la convergencia entre estas dos lecturas, de tal manera que aquello que el mundo lacaniano denomina “discurso capitalista”, entendiendo por ello un falso discurso por cuanto atenta contra la estructura fundacional de todo discurso, que precisa del régimen de la imposibilidad para mantener el lazo social, Agamben lo ejemplifica a través de la deriva actual de los “dispositivos”. El resultado de esta deriva en ambos casos es la progresiva anulación de la diferencia entre los lugares, que apunta a una circularidad sin salida aparente.

Por “dispositivo” Foucault entiende un conjunto heterogéneo de prácticas, tanto lingüísticas como no lingüísticas (discursos, instituciones, edificios, leyes, medidas policiales, proposiciones filosóficas…) que se establecen en una red y que tienen por función inscribirse en una relación de poder. Digamos que dicha red actualiza una estrategia concreta inscrita en una relación de poder como ocurre en la prisión, el manicomio, la escuela, la fábrica, el panóptico, etc. Agamben va a extender este concepto a la escritura, a la literatura, a la filosofía, al ordenador, al teléfono móvil… llegando hasta el dispositivo más antiguo de todos, el lenguaje mismo.

Según Agamben, en el Foucault de finales de los años 60 (La arqueología del saber) encontramos el antecedente de dicho término cuando habla de “positividad”, concepto que extrae de la lectura de Hegel hecha por Hyppolite, el que fuera su reconocido maestro. Del uso que hace Foucault de este término derivaría después el concepto de “dispositivo”. “Positividad” era, según Hyppolite, el nombre que daba el joven Hegel a la interiorización en un sistema de creencias del elemento histórico, esto es, a las reglas, rituales e instituciones que un poder externo impone a los individuos. Hegel oponía “religión natural” (relación inmediata con lo divino) a “religión positiva o histórica” (conjunto de creencias impuestas por coerción). Pero la lectura que hace Foucault del conjunto de las instituciones y de los procesos de subjetivación no es hegeliana, por cuanto no tiene como finalidad la reconciliación de los dos elementos ni tampoco enfatizar su conflicto, sino analizar sus mecanismos en los llamados juegos de poder.

A continuación Agamben sigue la pista etimológica de la “dispositio” latina, que fue la traducción hecha por los padres de la Iglesia de la griega “oikonomía” (gestión de la casa) en la teología cristiana. Este término fue empleado por dichos padres latinos para diferenciar funciones dentro de la entonces naciente concepción de la Trinidad, en el intenso debate que se creó con los opositores a la misma. Mantenían en su defensa –y fue la línea que triunfó– que Dios era uno en cuanto al ser, descartándose así cualquier peligro politeísta, pero en lo tocante a su “oikonomía”, a la administración de su casa, era triple, y era el Hijo el que se ocupaba de la historia de los hombres.

Todo ello conduce a Agamben a ofrecer una repartición general en dos grandes grupos. Por un lado estarían los seres vivientes (substancias) y por otro los dispositivos que los capturan. De una parte la ontología de las criaturas, de otra la oikonomía de los dispositivos que los gobiernan. Y entre ambos grupos, como un tercero, estarían los sujetos, entendiendo por sujeto lo que resulta de la relación entre los vivientes y los aparatos. Se deriva de esto la posibilidad de sufrir un mismo individuo múltiples procesos de subjetivación según el dispositivo por el que esté afectado en cada momento. Desde el principio de la historia del hombre su proceso de “hominización” correría paralela del despliegue de dichos dispositivos. En cada uno de ellos está implicado un deseo de felicidad articulado a una reorganización de los comportamientos animales que se han separado de él. La potencia del dispositivo depende del nivel de captura y subjetivación de dicho deseo de felicidad.

[Los paralelismos entre esta conceptualización y la lacaniana son evidentes, tanto en la definición de sujeto, resultado del encuentro entre el cuerpo y el lenguaje (dispositivos), como en la naturaleza de los procesos de subjetivación, respuesta contingente a una inadecuación estructural en el orden de las pulsiones y el deseo. Sólo echamos en falta en el planteamiento de Agamben algo equivalente a la pulsión de muerte freudiana.]

Agamben define a continuación la fase del capitalismo en la que vivimos como una gigantesca acumulación y proliferación de dispositivos. Y nuestras posibilidades para no sucumbir a ellos pasan por la posibilidad de liberar lo capturado en ellos, reorientándolo a un posible uso común. [Diríamos que devolver lo obturado al lazo del discurso. Uso común es aquí discurso, equivalente al retorno al régimen de la imposibilidad]. Para ilustrar este retorno de lo capturado hacia otro uso Agamben recurre al concepto de “profanación”, que sería la restitución al libre uso de los hombres de aquello que anteriormente era sagrado. Agamben recoge de Benveniste el ejemplo del juego como modo de pasaje de lo sagrado a lo profano. Mediante el juego damos nuevo uso a un dispositivo, bien sea religioso, guerrero, etc. Obviamente el paso simétrico, el de hacer sagrado lo profano, también era tradicionalmente posible, algo que el ritual del sacrificio ejemplificaba como ningún otro.

Pero en la actualidad la mera posibilidad de estos pasos se ha vuelto extremadamente difícil. Como ya anunciara Walter Benjamin en El capitalismo como religión, el capitalismo no representaría sólo, como afirmaba Weber, una secularización de la fe protestante, sino que es él mismo esencialmente un fenómeno religioso. Pero su culto no está dirigido ni a la redención ni a la expiación de una culpa. “El capitalismo es quizás el único caso de un culto no expiatorio, sino culpabilizante… Una monstruosa conciencia culpable que no conoce redención se transforma en culto, no para expiar en él su culpa, sino para volverla universal…” Finalmente, siguiendo a Benjamin, es el propio Dios el capturado en la culpa y convertido en destino del hombre, por lo que el capitalismo como religión no mira a la transformación del mundo tanto como a su propia destrucción.

Como veíamos al principio, Agamben concluye señalando el cambio que se ha producido en la propia estructura de la separación, una separación que ya no está entre lo sagrado y lo profano o entre lo divino y lo humano, sino como única separación que inviste cada cosa, cada lugar, cada actividad, incesantemente. [Digamos que impera una circularidad como resultado de la ausencia de castración]. De ahí que termine sentenciando, casi de manera apocalíptica que “si profanar significa devolver al uso común lo que fue separado en la esfera de lo sagrado, la religión capitalista en su fase extrema apunta a la creación de un absolutamente Improfanable.”

 

¿Qué hacer entonces? ¿Es posible no ser colaboracionista? ¿Cuál es el margen del sujeto en el capitalismo avanzado? Agamben no parece muy optimista. Casi con humor nos cuenta su severa animadversión hacia los teléfonos móviles, sorprendiéndose a veces eliminando mentalmente a sus portadores. Exceptuarse él de su uso no lo saca del dispositivo. Es obvio que el concepto de libertad individual no es aquí aplicable. ¿Qué aporta el psicoanálisis? Está claro que siendo fiel a su discurso tampoco puede enarbolar como guía ninguna verdad sustancial, pero prescindir de falsos señuelos no es su triste meta sino un punto de partida, aquel que nos permite volver la vista a la responsabilidad del sujeto con sus goces, rescatando para ello al síntoma, haciendo de él nuestro aliado, nuestra guía primera para leer el sujeto, en vez del desmemoriado intento de matar a su recalcitrante mensajero.

 

Zacarías Marco. Madrid.

 

 

[1] Conferencia en la UNPL (Universidad Nacional de La Plata), Buenos Aires, el 12-10-2005, publicada recientemente en la Colección Argumentos de la editorial Anagrama, 2015.

[2] Qué es un dispositivo, intervención de Gilles Deleuze en el Encuentro Internacional organizado en París, en 1988, por la Association pour le Centre Michel Foucault, incluido en AA.VV, Michel Foucault, filósofo, Ed. Gedisa, Barcelona, 1990. Véase también el Post-scriptum sobre las sociedades de control (1990) en Gilles Deleuze, Conversaciones, Ed. Pre-Textos, Valencia, 1995

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