No son muy numerosas las referencias a Marx en la obra de Freud y las que aparecen tienen un tono más bien crítico con su concepción del hombre y de la historia. En cambio para Lacan es un interlocutor importante, uno de esos pensadores que no dicen tonterías. Según él, Marx fue el que por primera vez entendió el síntoma como el representante de una verdad rechazada. Es por eso que, en un momento en que nos planteamos trabajar sobre la crisis desde un punto de vista psicoanalítico, tal vez sea útil volver a leer los textos de Marx en busca de elementos que nos ayuden a avanzar en su conceptualización. Es así que encontré este pequeño libro de Marx, en el que podemos reconocer, en su teoría de las crisis del sistema capitalista, eso que Lacan supo leer como el retorno repetitivo y sintomático de una verdad rechazada. En una época como la nuestra, en que los acontecimientos vuelven a dar la razón a Marx en muchos aspectos, no está de más volver a su definición de la crisis capitalista como “la imposición violenta de la unidad entre las fases que forman el proceso de producción y que se han disociado y sustantivado la una frente a la otra” (p. 78). Esta definición, que toma sentido en el contexto de su concepción dialéctica, no deja de evocar para nosotros la teoría freudiana en la que el sujeto que huye de una realidad insoportable, a la que sin embargo está íntimamente unido, se hunde en la angustia cuando se ve confrontado a ella y hace la experiencia de su división subjetiva.
En el apartado más extenso del libro, dedicado a las crisis del sistema capitalista, podemos ver cómo entiende Marx la crisis como la imposición de una realidad que la ideología, encarnada en las teorías económicas clásicas, no quiere saber. Esta posición, vigente aún hoy – para comprobarlo basta con escuchar a nuestros medios de comunicación – es caracterizada por Marx como “religiosa”, en tanto es la creencia delirante en una armonía (sexual diríamos desde el psicoanálisis) que los hechos desmienten permanentemente. Esta creencia se encarna por ejemplo en la concepción de que la compra y la venta en el sistema capitalista son dos momentos complementarios que se equilibran armónicamente y por lo tanto hacen imposible la existencia de las crisis, en contra de toda evidencia empírica, ya que la verdad que representan las crisis como síntoma del capitalismo se impone con la obstinación de la repetición a lo largo de toda su historia. De modo que leemos: “La repetición periódica de las crisis ha rebajado las necedades de Say y otros al rango de una fraseología buena en tiempos de prosperidad, pero inservible en tiempos de crisis. En las crisis del mercado mundial estallan las contradicciones y los antagonismos de la producción burguesa. Y en vez de indagar en qué consisten los elementos contradictorios , que se abren paso violentamente en la catástrofe, los apologistas se limitan a negar la catástrofe misma y, a despecho de su periodicidad fiel a una ley, se obstinan en sostener que si la producción se atuviese a la doctrina de sus manuales, jamás existirían las crisis. La apologética se empeña en falsear las relaciones económicas más simples, y especialmente en sostener la unidad frente a la contradicción” (p. 68-69).
Toda la crítica de Marx a los economistas burgueses apunta a que no quieren saber nada de las contradicciones inherentes al sistema y que tratan los términos del conflicto como si fueran independientes, de modo que las crisis serían producto del azar y no responderían a ninguna lógica. En este sentido llega a hablar de estas teorías como de “ficciones” o “fantasías” que sostienen un deseo de armonía que es negado por la repetición sistemática de las crisis. “Esta ficción –escribe- obedece pura y simplemente a su incapacidad para concebir la forma específica de la producción burguesa, y esta incapacidad responde, a su vez, al afán de ver en la producción burguesa la producción sin más. Exactamente lo mismo que quienes creen en una determinada religión ven en ella la religión pura y simple, considerando falsas todas las demás religiones” (p. 114).
De modo que para Marx las crisis revelarían la verdad del discurso capitalista y no serían sólo producto de la contingencia, como lo prueba su sistemática repetición. Serían entonces el retorno de un saber que la ideología burguesa rechaza porque su existencia haría estallar en pedazos su representación del mundo.
Aunque para Marx este conflicto que es el motor de la historia lleva en sí el germen de un nuevo orden social en el que se vuelve a colar el fantasma una armonía con el goce – algo que el descubrimiento freudiano cuestiona radicalmente – no deja de ser verdadera su concepción de la crisis como la imposición violenta de una verdad que hace estallar el imaginario social. ¿No suena parecido a lo que plantea Lacan en su Conferencia de Ginebra, cuando dice que el goce es aquello que confronta al sujeto con su división haciendo estallar la pantalla de lo imaginario en que se sostenía?
Jorge Sosa. Miembro de la ELP y AMP. Barcelona. (Texto elaborado en el marco de la Comisión Bibliográfica)
La acumulación del capital y las ciris. Karl Marx. Ed. Roca. 1976.
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