La crisis: de conciencia, de angustia, depresiva, de remordimientos, de delirio, crisis de la adolescencia, de la mediana edad, crisis vital, mental… La crisis política, económica, o de vivienda, crisis de la razón, moral, de conciencia, crisis de la autoridad, de la fe, crisis modernista. Pero también dolorosa, convulsa, inaugural o, conclusiva, de llanto, de histeria, maníaca… La crisis está en todas partes.
La crisis es la agitación, el pánico por excelencia, cuando realmente las clavijas no entran en los agujeros. La crisis, es también cuando los valores, literal o figurativamente, se derrumban. Revela la fragilidad de los ideales y de las significaciones que los visten cuando fracasan contra lo real, lo que, según Lacan, «se encuentra siempre en el mismo lugar» [1].
La noción de crisis conduce a lo que está mal, a las fallas y al síntoma, a una clínica discontinuista.
En la enseñanza de Lacan
Lacan hace uso frecuente de la palabra “crisis”, especialmente en el comienzo de su enseñanza. Servirá tanto para connotar las circunstancias de la aparición y de mantenimiento del psicoanálisis en el tiempo, como, a un nivel más individual, para describir las vicisitudes del ser hablante.
Así, cuando se refiere al nacimiento del psicoanálisis, a la “crisis psicológica” que constituye el declive de la familia, en el 38 [2] o, más generalmente, en el 48, a una cierta “crisis de las instituciones” [3].
A nivel individual, si el término connota momentos o situaciones bisagra como el destete, la intrusión, el Edipo, la pubertad o la adolescencia [4], está la idea, en un primer periodo, de un camino constituido por crisis dialécticas que, mediante el psicoanálisis, encontrarán como resolverse mediante la asunción de una hegeliano síntesis final, universalizante y factor de progreso[5] .
En el estudio de las psicosis iniciado en el 55, el término de crisis, consagrado en la clínica psiquiátrica, se conserva, pero completado por el concepto de «momento fecundo»[6]. Esta es una adición fundamental que, a pesar del concepto de forclusión como falta de un significante, preludia una concepción posterior, no deficitaria, de la clínica.
Pero Lacan, en la década de 1960, afecta con calificativo de “imaginaria” a esta esperanza de “síntesis” de la “crisis real” en una “solución ideal”, “simbólica”, la del “saber absoluto”. Evoca la entrada de la Ciencia en el mundo y sus efectos forclusivos para anunciar, en un tono mesiánico, las “grietas” del retorno de la verdad en un “terremoto psicoanalítico” [7] por venir.
En el camino del retorno a Freud, Lacan despejará poco por poco el lugar de un real como una perturbación no absorbible, ni en la asunción de una imagen completa ni en el agotamiento de la cadena simbólica. La teoría que se deduce de la clínica, incluye entonces la crisis como ese real que no se resuelve, ni siquiera por el pasaje de una teoría restringida a su engarce en alguna teoría generalizada sea ésta la que sea.[8]
La crisis aparece, entonces, como la forma dramática que daba el mito a la estructura, y el uso del término se encuentra escasamente en Lacan hasta no aparecer salvo en el registro del discurso corriente o en el nivel de la civilización. En este nivel, es el “desorden en el orden simbólico” [9], en palabras de Jacques-Alain Miller, que abre una puerta a lo real velado hasta el momento.
Pero este mismo real desenfrenado por los efectos de la ciencia es lo que determina la clínica contemporánea, a nivel individual. Se podría decir qué, a la manera de la embriología, en el enfoque analítico de una crisis personal, la ontogenia resume la filogenia: cada Uno que sufre, «en su cuerpo o en su pensamiento» [10], refleja la crisis de la civilización y debe reinventar, por cuenta propia, y como analizante en primer lugar, el psicoanálisis. En este nuevo enfoque, el fenómeno de la angustia, abordada por Lacan en el Seminario X sin distinción de estructuras clínicas, inaugura un nuevo camino.
A la clínica de crisis se opone en adelante una clínica del goce, del estancamiento, una clínica de apariencia “líquida” para recuperar el famoso adjetivo de Zygmunt Bauman, una clínica continuista, la clínica de lo real, más afín a la topología que a la lingüística.
Se trata pues de transformar una crisis, un “drama” individual, no en un «malestar banal», para parafrasear a Freud [11], pero si en una tragedia, si no banal, al menos inevitable, inscrita en la propia existencia del “parlêtre”. En esta perspectiva, el resultado de un análisis no puede ser el de encontrar una armonía sino más bien el de despertarse [12]. ¿Pero se despierta uno alguna vez, —dirá Lacan en el «momento de concluir»[13]— salvo quizás, y esto es una paradoja, en el límite asintótico que constituye el horizonte de la muerte?
Recuerdos de un joven psiquiatra en crisis
El que nos reunamos la semana próxima en Ginebra sobre el tema de la crisis ha hecho resurgir un recuerdo personal: el de mis inicios como psiquiatra, en un lugar que se llamaba precisamente «Centro de crisis», y que se reclamaba de un abordaje de origen suizo llamado «intervención de crisis»!. He podido comprobar, por otra parte, que todavía está en el programa del Centro Hospitalario Universitario de Ginebra como un método regular.
El principio: evitar hospitalización o, alternativamente, su excesiva duración. El medio: tender hacia el restablecimiento de una homeostasis anterior a un acontecimiento desencadenante, por un método pragmático de «solución de problemas». Es un enfoque que niega, por principio, toda pregunta acerca de la causa y cualquier concepción llamada procesual o psicodinámica, en favor de un enfoque interaccional, familiar, o por lo menos sistémico.
De hecho, este encuentro con la psiquiatría y con el enfoque de crisis no era, para mí, el primero. Pero si fue el primero fuera del hospital. Y fue el primero como interno titular. Los dados estaban tirados: la rueda giraba… La rueda giraba y de repente nada marchaba: era: «psicosis en la ciudad». Este fue el comienzo de cierta cólera de cara al trabajo tal como era propuesto en este lugar donde reinaba la política contraria a lo que yo sentía ya fuertemente como la clínica, o sea: la singularidad.
Esta estaba aplastada porque se quería, a cualquier precio, tratar las estadísticas de hospitalización, no seres humanos. Pero los hechos, tercos como lo real, censuraban esta política de sector basada en el rechazo del internamiento, su inutilidad y su nocividad. Había caído en un nido de antipsiquiatras, estaba en crisis.
Probablemente no me habría dado cuenta de ello si no hubiera sido, yo, un poco rebelde a la autoridad. Pero lo más importante, y en contraste con lo que puedan pensar algunos psiquiatras, no estaba en psiquiatría por simple interés intelectual. Lo comprendería una buena decena de años más tarde en ese psicoanálisis que comencé entonces, acosado por la angustia que me despertó de un estupor gozoso.
Yo no estaba allí por casualidad y pensaba ejercer la psiquiatría sin traicionar su estatuto nascendi, o sea como una práctica que no excluía el orden público de su campo. Por lo tanto, no podía evitar, un día u otro, realizar lo que gobernaba la práctica de ese centro de crisis. Así fue ese día en el que convoque a las fuerzas de seguridad en casa de uno de nuestros pacientes que se negaba a abrir la puerta a nuestras visitas y mostraba signos de creciente agitación. ¡Escándalo! El comisario se puso en contacto con el Prefecto y el Jefe de servicio tuvo que admitir la necesidad de hospitalización involuntaria. Y luego, otra vez en la que me negué a practicar ambulatoriamente peligrosas inyecciones de neurolépticos a un paciente maníaco y lo hice hospitalizar. Fue demasiado. Después, una semana antes del final de mi estancia, el director del servicio decidió tomar al pie de la letra mi gusto por el hospital… y me hizo acabar mis prácticas en intra, como dicen: ¡al hospital psiquiátrico! El despertar sólo estaba empezando.
De la intervención de crisis a la crisis de la intervención
Básicamente, intervención en crisis pretendía ante todo protegerse de la transferencia con la intervención breve, el equipo multidisciplinar, la remisión del paciente a su grupo y con referencia inhallable a cualquier pragmática sensatez. No era ni más ni menos que un recorrido de escamoteo de aspecto sistémico para librarse del real en cuestión. El jefe de servicio también sufría lo indecible; me enteré más tarde que en sus comienzos, tuvo que hospitalizar a un miembro de su familia contra su voluntad. Y este trauma repercutía en cada momento de su práctica.
A falta de haber aclarado los resortes inconscientes, su denegación era el motor de una lucha agotadora contra lo real, que no dejaba de retornar, duplicado al haber sido forcluído: el centro era muy a menudo el lugar de crisis de todo tipo, institucionales tanto como de violencia clínica.
El enfoque psicoanalítico es más lento, de ritmo menos optimista y la intervención es, si no menos decidida, al menos más cautelosa. Privilegia el acto sobre el pasaje al acto que amenaza en cualquier crisis subjetiva —se hace cargo de la angustia que lo anuncia, como la clínica nos enseña. De este modo podemos comprender la crítica de Lacan de la revolución de Octubre, en la que veía solo un «paso al acto» de Lenin, de efectos «regresivos» y reconducente al «punto de partida» para servir finalmente al amo.[14]
Si “el hombre supera la angustia por crisis dialécticas”, como ya lo anuncia Lacan en Los complejos familiares, el psicoanalista soporta lo real, en todos los sentidos —incluyendo el anglosajón—del término. Pero sólo puede hacerlo al introducir, como recientemente ha señalado Jacques-Alain Miller a propósito de la crisis financiera, “la función del sujeto supuesto saber” [15].
Si hay una crisis, una sola, es la del padre: «Hay una crisis, es un hecho, —dice Lacan en el 72, (…): el e-pater* ya no nos impacta. Esa es la única función verdaderamente decisiva del padre”[16]. Si pasar del padre —como persona—, abre el camino a un «saber servirse»[17] de la función, entonces es posible quizás permitirse mantener en un cierto nivel de despertar, para soportar, si no amar, la crisis que constituye ya el día a día de nuestras vidas bajo el reinado del Discurso del capitalista.
Pero soportar la crisis no quiere decir dejar que el paciente vaya mal: en este punto, ninguna ambigüedad en Lacan en cuanto a la atención a la angustia. Esto significa: mantenerse en el nivel de invención que reclama la crisis, nivel de invención donde el analista tiene que tomar la semilla de la clínica de la psicosis.
Porque no sabríamos superar ninguna crisis sin un grado de invención como nos enseñan un Presidente Schreber, un James Joyce o un Georg Cantor, por nombrar unos pocos. Las crisis dolorosas del Presidente Schreber contrastan con la satisfacción irónica de un James Joyce, y sólo su reconciliación con Dios al precio del sacrificio de su virilidad le permite restablecer su situación por un tiempo. Mientras que para Cantor, su inventiva coincidía con sus crisis: su «hipótesis del continuo» data del año de su desencadenamiento [18].
Parafraseando a Leibniz, podemos decir que lo real «no da saltos» y Lacan nos indica que, en psicoanálisis, «el efecto de verdad, no es más que una caída de saber. Esta caída es la que hace producción, que luego debe retomarse. A lo real, por su parte, las cosas no le van ni mejor ni peor. Por lo general resopla hasta la próxima crisis. «[19]
Por el contrario, el acto, en el límite de la palabra, apunta a lo real como imposible, es decir que: “todo es lo mejor en el mejor de los mundos posibles”. La experiencia de las psicosis ilustra que la salida de la crisis pasa por un acto de reconstrucción del mundo. En un psicoanálisis, es la asunción de un «siempre ahí» —y llamado a permanecer— que aporta algo de alivio.
Para Suiza
En cuanto a la Suiza: ¿se convirtió en la cuna de la «intervención de crisis” porque no le gustaba la crisis? [20] Hoy en día conoce una curiosa inversión topológica: patria de lagos rodeados de montañas, se vive como «una isla en el centro de Europa”. Durante largo tiempo un islote de serenidad —todavía en 2015 fue elegida campeona del mundo de la felicidad, según el World Happiness Report— vive hoy día una crisis de identidad, crisis del secreto bancario, crisis económica y monetaria… Lo real no conoce fronteras. Burlada por el personaje de Harry Lime en El tercer hombre de Orson Welles por su invención del «reloj de cuco», podría encontrarse mejor lugar que Suiza para tratar, la semana que viene, este terrible tema ¿Qué es la crisis?
Pierre Sidón. Miembro ECF Y AMP. París.
Texto elaborado en mayo de 2015 con motivo del Congreso de la NLS. Publicado con autorización del autor.
[1] Lacan, J., El seminario libro 7, La ética del psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires 1988; p. 94
[2] Lacan, J., Los complejos familiares en la formación del individuo. Otros Escritos, Paidós, Buenos Aires 2012.
[3] Lacan J., Intervención sobre la transferencia, Escritos, Siglo XXI, Buenos Aires 2010. P.221
[4] Lacan, J., Escritos, Op. cit. p. 142
[5] Lacan, J., Escritos, Op. cit. p. 179.
[6] Lacan, J., Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. Escritos Op. cit. p. 533
[7] Lacan, J, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo, Escritos, Op. cit. p. 759-760.
[8] “Es sabido que la teoría física o matemática, después de cada crisis que se resuelve en la forma para la cual el término de: teoría generalizada no podría en modo alguno considerarse que quiere decir: paso a lo general, conserva a menudo en su rango lo que generaliza, en su estructura precedente.” Lacan, J. «La ciencia y la verdad», Escritos, op. cit. p. 826.
[9] Miller J.-A., Una fantasía. El psicoanálisis nº 9, noviembre 2005, pp. 7-19.
[10] Lacan, J., Televisión. Otros Escritos, op. cit.
[11] Freud S., Análisis terminable e interminable, 1937
[12] Leer al respecto: Koretzky, C. Le réveil, PUR 2012
[13] Lacan, J., El momento de concluir, El seminario, libro XXV, 15 de noviembre de 1977, lección inédita.
[14] Lacan, J. Radiofonía (1970), Otros Escritos, op. cit. p. 427
[15] Miller, J.-A., «La crisis financiera vista por Jacques-Alain Miller», Semanario Marianne, 11 de octubre de 2008. http://blog.elp.org.es/all/cat17/la_crisis_financiera_jacques_alain_mille/
[16] J. Lacan, El seminario, libro 19, …o peor; Paidos, Buenos Aires , p. 204.
[17] “Por eso si el psicoanálisis prospera, prueba además que se puede prescindir del Nombre del Padre. Se puede prescindir de él con la condición de utilizarlo”. Lacan, J., El sinthoma, El seminario, libro 23, p. 133.
[18] N. Charraud, Infini et inconscient : essai sur Georg Cantor, Paris, Anthropos-Economica, 1994. Citado en Cottet, S. La hipótesis continuista en las psicosis, Cuadernos de psicoanálisis, 30, Eolia, Bilbao 2007.
[19] Lacan J., El seminario, libro 17, El reverso del psicoanálisis; Paidos, Buenos Aires, p. 202.
[20] La referencia del Centro de crisis era en particular el psiquiatra Antonio Andreoli, autor de: Crise et intervention de crise en psychiatrie, avec J. Lalive et G. Garrone. También se puede leer: Crise et intervention de crise en psychiatrie, publicado en Biologie & Psychologie, SIMEP, 1986, pp. 97-105. http://www.relancerelationnelle.ch/PDF/Barrelet/Biologie et psychologie 1986.pdf
* Juego de palabras entre épater (impactar, pasmar) y el latín pater (padre) [N. D el T. del seminario]
Hay 0 comentarios