La época empuja para alcanzar un goce sin medida poniendo de relevancia la función imperativa del superyó que ordena gozar promoviendo un espectáculo exhibicionista.

Así se propone entronizar al yo como un amo que detenta el saber de cómo adherir a una supuesta manera universal de la manera de gozar.

Poder del mercado, pseudociencias y globalización mediática confluye en este propósito.

La ilusión que se pretende transmitir es que los  sujetos que consientan a estas coordenadas se irán acercando al cenit de un goce ilimitado.

Con  el declive y la caída del Nombre del Padre se va generando las condiciones para la irrupción de lo real de un goce indialectizable. Así se va abriendo paso a nuevas formas de la subjetividad, y por añadidura a nuevas formas de expresión de la diferencia sexual.

Nuevas identidades sexuales se van configurando  que cuestionan, al menos fenoménicamente, la clásica división entre hombres y mujeres, razón por la cual se va diluyendo el límite que los separaba, empero lo que permanece inalterable es la partición sexual que se desprende de las formulas de la sexuación de tal forma que sexuación y género pueden no coincidir.

Una Figura de la virilidad:

¡Ya no quedan hombres! Gritan con cierto tono de resignación algunas analizantes mujeres, grito que denuncia a los hombres, que  eluden, resisten –incluso hasta  rechazan- todo aquello que los concierna para asumir la responsabilidad de partenaires estables,  sostén de la familia y –por supuesto-  padres. Ese grito que resuena en la privacidad del consultorio no es otra cosa que uno de los efectos de “una declinación social de la Imago paterna” (1).

Este fenómeno ha producido un desorden en la tradición que enmarcaba el lazo entre los sexos.

En los tiempos del reinado del Nombre – del – Padre, las diferencias estaban claramente delimitadas y las fronteras que separaban  las distintas identificaciones y los distintos semblantes que portaban hombres y mujeres se hacían notar con fuerza.

También se podía saber y distinguir cuál era un hombre viril y cuál no.

Sabemos que las posiciones sexuales se sostienen en la función de nudo que adquiere el “complejo de castración inconsciente” a partir del cual el sujeto podrá, o no, identificarse con el tipo ideal de su sexo y de esta forma responder de manera adecuada a las vicisitudes de su partenaire en la relación sexual e incluso acoger con justeza a las del niño que es eventualmente es procreado en ellas. (2).

¿Cuál es para el hombre, el tipo ideal de su sexo en los tiempos de la hipermodernidad? ¿Cómo pensar en los tiempos actuales el estatuto de la virilidad cuando el lazo entre hombres y mujeres ha padecido tantas transformaciones?

J.-A. Miller (3) presenta  a partir de un texto de Alexandre Kojève (4) como el declive viril e incluso su desaparición en el mundo contemporáneo, es impensable sin considerar el declive del padre. Esta afirmación encuentra sus raíces en El Seminario IV al comentar las vicisitudes en la sexuación del pequeño Hans. Allí se sostiene la no- complementariedad entre la elección de objeto heterosexual y la virilidad de tal forma “que el sujeto se mantiene en una cierta posición de pasividad desde el punto de vista sexual. Hay legalidad heterosexual, por el objeto al cual se liga, a saber, el objeto femenino. Sin embargo la legitimidad de esa elección es dudosa”. Hay una disyunción entre legalidad y legitimidad. “Hans está en conformidad con el orden establecido puesto que como niño se interesa por las niñas y, seguramente, continuará en esa vía a lo largo de su vida. Sin embargo, no parece ocupar esta posición de una manera que, a los ojos de Lacan, sea viril –la ocupa de forma pasiva” (5).

¿Qué transmite el texto de Kojève? Que nos encontramos “en un mundo que es nuevo porque está completa y definitivamente privado de hombres”. Un mundo que difiere del todo de aquel de antaño, donde se distinguía a los hombres viriles, ya que prácticamente lo único que usaban eran “pantalones de franela. El filósofo nos relata, con cierta humillación viril, que ya en los comienzos 1950 los hombres fueron adquiriendo una cierta inclinación, anteriormente femenina, que es la de ofrecerse a la mirada ya sea desnudos –pero con los cuerpos trabajados y musculosos- o en deshabillé. Nos recuerda también (ahora con viril orgullo) que en otras épocas la desnudez estaba reservada a las jóvenes mujeres, y que en otros tiempos no era cosa fácil desvestir a los hombres viriles. “Se necesitaban cuatro o cinco para sacar a un brillante caballero de su luminosa armadura, y más recientemente la ayuda de un vigoroso muchacho para extraer tal militar ilustre de sus finas botas lustradas” (6).

Al final del texto, no sin un dejo de nostalgia e ironía, el autor nos confronta con que, luego de aceptar forzadamente la existencia de chicas normales que se comporten como verdaderas mujeres, se pregunta ¿encontrarán acaso los verdaderos hombres que necesitarían, en un mundo donde la potencia del macho ha sido puesta en la actividad pacifica y laboriosa (aunque debidamente motorizada) de un esposo fecundo?

Saludemos esta novedad  no sin “una cierta sonrisa” (7) resignada: El hombre viril se va extinguiendo. En su lugar encontramos su metamorfosis, a saber: el esposo fecundo.

Esta irónica figura se constituye en un ideal de padre para la familia moderna. El daño hecho a la función paterna es lo que explica el sentimiento de desaparición de lo viril” (8).

Así se abren las puertas a la cultura unisex, que pretenderá socavar que a que la mujer asuma lo femenino reconociéndose como tal y que el hombre asuma el tipo viril. Estamos en los umbrales de la feminización del mundo contemporáneo.

Los nuevos ideales.

Los efectos de la hipermodernidad produjo, a partir de los años 90, una nueva figura que asoma como un  ideal para el sexo masculino: el metrosexual.

En el año 1994 el escritor británico llamado Mark Simpson introduce ese nuevo significante al analizar los efectos del consumismo en la identidad masculina. El nuevo hombre del siglo XXI es un sujeto muy interesado en su imagen y víctima fácil de la publicidad.

Su prototipo es un joven con mucho dinero que vive en las grandes metrópolis (de allí su denominación), donde se encuentran las tiendas de marcas, los clubes, los gimnasios, las importantes peluquerías, gusta vestirse con ropa de marca y vistosa, suele pintarse las uñas, usa cremas para mantener el cuidado de su piel y no duda en teñirse el pelo. Puede ser gay,  heterosexual o bisexual. Lo característico es que se toma a sí mismo como objeto de amor fascinado por la pulsión escópica. ¡Ha nacido un nuevo Narciso!  Partenaire ideal en un mundo voyeurista.

Se distingue no por su inclinación sexual sino por desarrollar un estilo de vida que privilegia el cuidado su imagen.

Su forma de goce está  condicionada por estas coordenadas.

Hoy se ofrece, como modelo identificatorio a los sujetos masculinos, que privilegien ser el falo antes que tenerlo, con las consecuencias de una feminización acorde a los efectos del discurso capitalista.

Así toma cuerpo una de las ofertas del mercado: todos feminizados.

Frente a esto el psicoanálisis debe “estar a la altura de la subjetividad de la época”  no para ser el sostén de la tradición sino para ser su síntoma. Sostener su discurso que no comulga con los ideales de la época.

“El psicoanalista, entonces, no se recluta entre quienes se entregan por entero a las fluctuaciones de la moda en materia psicosexual” (10), como así tampoco se recluta entre los nostálgicos del padre.

La apuesta es otra: abrevar en la tradición para articularse a lo nuevo,  para poder así inventar una práctica analítica acorde a los tiempos actuales, tiempos donde el ideal viril fue reemplazado por el cuerpo musculoso presentificando una crisis que vectoriza un recorrido que va desde antiguas coordenadas certeras a las actuales, colmadas de incertidumbres.

Oscar Zack. Miembro EOL y AMP. Buenos Aires                                     

Referencias Bibliográficas:

  1. Lacan, J., La Familia, Homo Sapiens, 1977, Argentina, pág.112
  2. Lacan, J., “La significación del falo”, en Escritos 2, Siglo XXI, Argentina, 2003, pág.665
  3. Miller, J.-A., “Buenos Días Sabiduría”, en Colofón N° 14, 1996, Madrid, pág. 34-41
  4. Kojève, A., “F. Sagan: El Ultimo Mundo Nuevo”, en Descartes N° 14, Anáfora, Argentina, 1995, pág.124-129
  5. Miller, J.-A., Ibídem
  6. Kojève, A., Ibídem
  7. Títulos de las novelas de F. Sagan que comenta A. Kojève en el artículo citado
  8. Miller, J.-A., Ibídem
  9. Lacan, J., El Seminario, Libro V, “Las Formaciones del Inconsciente”, Paidós, Buenos Aires- Barcelona, 1999, pág. 170
  10. Lacan,  J., El Seminario, Libro IV, “Las Relaciones de Objeto”, Paidós, Barcelona–Buenos Aires, 1994, pág. 421

   

                                                               

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