El nombre de Le petit Cambodge me resultaba vagamente familiar… hasta que recordé que este verano mis hijas nos habían llevado a comer allí, a su padre y a mí, porque querían enseñarnos la zona del canal Saint Martin donde acababan de instalarse varios amigos suyos. Aunque ocupa una esquina soleada, Le petit Cambodge no es un clásico bistrot sino un lugar extremadamente cosmopolita enmedio de París. Es un punto de fusión, como su cocina, entre gente del barrio, familias con niños y jóvenes conectados de toda procedencia. Dentro, uno se podría creer en Williamsburg, Gracia o Lavapiés. Imposible repetir el nombre de los platos, todo está buenísimo.

Le Bataclán es una sala de fiestas con música en vivo, en Barcelona vendría a ser como el Apolo, con la diferencia de que sus propietarios son judíos y el local lleva tiempo recibiendo amenazas de grupos radicales.

Los terroristas del ataque del viernes en París eran jóvenes. Sus objetivos también: querían matar a jóvenes. Kalashnikov en París apuntando a mis hijas, a nuestros hijos, en Barcelona.

Una de las cosas que nos está enseñando la preparación de las Jornadas sobre “Crisis. ¿Qué dicen los psicoanalistas?” es que un primer tratamiento de crisis ha de pasar por el tiempo: por la restitución de un cierto tiempo para comprender.

Las informaciones no siempre contribuyen a aclarar, a veces crean más confusión. La información llega tan fragmentada como esa pantalla de la televisión dividida en tres partes, con tres imágenes distintas pasando simultáneamente, además de la banda inferior con mensajes escritos. La fragmentación forma parte del asunto.

La fragmentación del discurso deja sin saber a qué atenerse cuando los términos se suceden unos a otros, sin explicarse: “actos de terrorismo”, “atentados”, “ataques suicidas”… “Guerra”.

Se dice que lo que ocurre es una guerra.

Se dice que hay que entender lo que ocurre como una guerra, que no es fácil de identificar como tal porque es una forma nueva de guerra, que coexiste con las formas tradicionales. En Oriente guerras de formato tradicional, en Occidente guerras que no lo parecen, de nuevo formato. Se nos anima a aceptarlo así, y rápido, porque esta forma nueva de guerra ha llegado para quedarse largo tiempo.

Pero aceptar decir “es una guerra” cuando el campo de batalla puede surgir en cualquier momento en cualquier ciudad y, sobre todo, cuando no están claros los bandos, es aceptar que los habitantes de esas ciudades queden convertidos en rehenes.

Después de haber servido de “escudos humanos” y de que sus muertes pasen por “efectos colaterales”, la ciudadanía muta en ejército de soldados involuntarios.

“Es una guerra”, si lo dice un Estado, es un enunciado performativo. Pero, ¿qué pasa si lo dicen los ciudadanos? Para considerarse en guerra necesitarían sentirse armados, y por el momento únicamente se les pide que se armen de paciencia.

Ahora bien, aquí hay que hilar muy fino: estar en guerra no es lo mismo que estar en una guerra. Estar en guerra significa sentir que se pertenece o que se participa en alguno de los bandos.

Estar en una guerra es otra cosa, significa tratar de vivir en medio de alguna de ellas. Estar en una guerra requiere tratar de orientarse bien y por tanto seleccionar y procesar las informaciones.

Porque veremos acrecentarse nuevas formas de propaganda. Todo esto no hará callar a los que quieren alisar todo, positivar todo, al contrario, ellos llegaron hace tiempo para quedarse. Ya se han empezado a escuchar: “Esos franceses… ¡no haber intervenido en Siria!”, “Occidente vencerá, no puede ser de otra manera”, “¡No hay que exagerar, siempre ha habido guerras!”…

La banalización es una forma de negacionismo aplicada a los hechos del presente.

Por otra parte, ¿quiénes son los bandos? ¿Oriente y occidente? ¿Se trata, como se dice, de un choque de civilizaciones, de religiones? Desde luego no se trata aquí de negar las diferencias culturales, que son diferencias en los modos de goce y que llegan a ser radicales.

Pero hay otro nivel, en el que es difícil sostener la idea de civilizaciones tan separadas cuando es un hecho que el neoliberalismo se ha extendido por todo el globo consiguiendo implantar su imperio. El imperio del objeto, de las latosas podríamos decir, y su comercio: armamento, drogas, energía, tecnología, etc. Se puede estar integrado o en contra, pero no se está fuera del mercado.

Más allá –o más acá- de dos civilizaciones enfrentadas, lo que se ha manifestado es un real incivilizado, ocupando el centro de la escena.

Desde el psicoanálisis podemos decir que, por el hecho de hablar, somos todos unos “occidentados”, como lo dice Lacan. Unos accidentados, unos traumatizados por occidente. Estamos atravesados por el hecho de ser un cuerpo que habla y por el hecho de no tener más que ese cuerpo, que se autoconsume con la pulsión.

Lo que hemos visto manifestarse es el humus humano trabajado por la pulsión de muerte. La pulsión de muerte en el núcleo del neoliberalismo (impossible is nothing) o en la religión de los suicidas.

En este sentido la pulsión de muerte, en forma de feroz ignorancia, es lo que podría obstaculizar que cada uno piense y se sitúe en este momento de crisis. A este nivel no existen la mala memoria ni el olvido, lo que existe es el no querer saber nada de eso.

Los psicoanalistas no tenemos ejércitos. Ni lo somos. No tenemos armas, si no son las palabras (“Tristes armas si no son las palabras”, decía Miguel Hernández). Lo nuestro no es guerrear, es escuchar, es leer, es interpretar. Interpretar es una acción con consecuencias.

Sabemos leer la civilización, sabemos interpretarla. Y lo que no sabemos, lo aprenderemos, ¿cuándo sino?

Tenemos el “¿Porqué la guerra?”, “La Proposición del 9 de octubre” y “Acero el abierto”. Tenemos “El malestar en la civilización”, “La psiquiatría inglesa y la guerra” y la “La ternura de los terroristas”. Tenemos el Lacan Quotidien. Hay mucho donde buscar y donde encontrar.

Leemos en los libros para mejor leer en las redes, en el periódico, en la televisión.

La voz de los analistas no sienta cátedra, no suena como el trueno, ¡ya no estamos en la época de los Truenos ni de su Capitán!, pero esto no significa que no tengamos algunas cosas interesantes a decir. Si no, ¿quién las dirá?

Podemos decir: lo imposible existe. Podemos decir: el deseo de otra cosa también existe. El deseo de vivir existe, y hablar lo hace existir.

Todo esto, sabemos hacerlo.

Anna Aromí. Miembro ELp y AME. AE en ejercicio. Barcelona. 

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