Aunque la crisis no sea, en sí misma, un concepto psicoanalítico, es una cuestión seria para el psicoanálisis. Se define, de manera general y en ámbitos diferentes, por ser un acceso brusco, un desequilibrio, la manifestación acentuada de un sentimiento, etc. Para el psicoanálisis, la crisis es ante todo, crisis de lo simbólico y, en consecuencia, manifestación de lo real, de un real desordenado, sin ley. Ello plantea la proximidad de la crisis y del trauma.
El contexto social está, por lo que se dice, en crisis. Incluso se podría decir que está afectado por muchas crisis: sociológica, económica, política; pero también, crisis de los valores, de lo religioso, del poder, de lo simbólico, etc. Que esta iteración de las crisis se ponga en relación con lo que hemos tomado el hábito de designar como la caída del Nombre-de-Padre, no da cuenta de lo que es un sujeto, un parlêtre del siglo XXI, en crisis. A lo sumo, eso enseña que el sujeto moderno puede, como sus predecesores, camaleonizarse con su época. Salvo que los desafíos propios de cada una pueden diferir, especialmente en las modalidades de regulación del goce: antes, más bien sobre lo prohibido y hoy, más sobre los objetos que la ciencia propone.
He aquí el sujeto tomado en la imposible conciliación entre la felicidad prometida para todos y lo que queda, para él, inaccesible. En esta brecha yace la crisis que invade a este sujeto, tanto más cuanto él desplaza sobre los otros que le prometen la felicidad lo que oculta en él de querer, a toda costa, evitarse la castración.
Él quiere conseguir del analista la clave para la regulación de su goce y, para eso, recurre al saber hacer que le supone. Pide un bricolaje rápido para contener lo que le asalta, para acabar con su malestar.
En este punto encontramos otra similitud con el traumatismo. En los dos casos, el sujeto identifica una causa exterior a él; aquí desplazada sobre el modelo social, allí, sobre el acontecimiento. Si se le ocurre pensar que eso lo hace víctima de su época, ello no invalida que sea un sujeto responsable.
Crisis y responsabilidad
Crisis es una terminología de origen médico, cuyo uso se extenderá después al ámbito psicológico, en el sentido de un “acceso con manifestaciones violentas».[1] La palabra crisis tiene dos acepciones: una, colectiva (política, social y económica) y, la otra, individual.
Es interesante referirse a la etimología griega de la palabra crisis — Κρίσις — pues se encuentran ahí dos nociones que retienen nuestra atención: el juicio y la decisión.
Con Aristóteles, la palabra crisis destaca la acción de elegir, la decisión y el juicio. Esta etimología nos interesa porque ella ilustra bien cómo el sujeto está implicado en ella como sujeto responsable, en el sentido que Lacan subraya en La ciencia y la verdad: “De nuestra posición de sujeto somos siempre responsables”.[2]
Así, considerar la cuestión de la crisis es plantear la de la responsabilidad de un sujeto. Ésta no es su inclinación habitual. Además, la degradación del lazo social y el rechazo de los valores vinculados a lo simbólico, acentúan todavía más la tendencia a desplazar al campo del Otro el origen de todas sus desdichas.
De hecho, este modo de pensamiento tomaría una vía regrediente respecto a la que la etimología indica. El modelo de la crisis es, en un primer tiempo y con Hipócrates, el de un cuerpo afectado por una crisis resolutiva o no; después, con Sócrates, se produce un desplazamiento hacia el pensamiento para, por fin, extenderse al funcionamiento social. Estonces, tenemos un vector: cuerpo, psiquis, lazo social.
Las nociones de crisis de las pasiones y de intriga fueron introducidas a mediados del siglo XVII.[3] Pasión e intriga, nos llevan a retomar la cuestión de la crisis a partir de la histeria.
Con Hipócrates, la histeria es una manifestación del cuerpo. La crisis histérica era atribuida a la migración de un útero “estéril” a través del cuerpo creando síntomas, a su paso, antes de llegar al cerebro. Es entonces el momento del acmé de la crisis pseudo convulsiva o de los comas psicógenos. El significante histeria, en griego ὑστέρα, útero, es creado por Hipócrates quien lo aplica a estas manifestaciones clínicas, incluyendo una causalidad en estas crisis.
Con Charcot, se alcanza la quintaesencia del modelo de la crisis histérica. Las crisis convulsivas, de tipo Charcot, son el culmen de este modelo de crisis, referida a su época; su reproductibilidad constituye el punto de llegada de la demostración científica. Es esto lo que impresionó a Freud, al tiempo que supo desembarazarse de ello. Allí donde Charcot se detiene, Freud retoma la cuestión y da un paso que implica un franqueamiento. Entonces, de este punto final de la crisis histérica, Freud hace el inicio de su invención: el psicoanálisis. Es decir, ¡nuestra deuda con la “crisis”!
Freud, subvirtiendo la sugestión, arranca la palabra al cuerpo. Agarra lo que de las manifestaciones del cuerpo, durante la crisis, es lenguaje a descifrar; una palabra cortocircuitada que se ofrece a la mirada de los otros, del Otro. Freud postula, y eso es el psicoanálisis, que hay un interlocutor posible para la “crisis», un destinatario que haga posible desprender un parlêtre de ese cuerpo; cuerpo atrapado en el siglo y en lo que se ha enredado. Con el psicoanálisis podríamos considerar la crisis como la emergencia del sujeto del inconsciente en su dimensión conflictiva, como fallo de la represión o, si se prefiere, como cuestionamiento de las soluciones de compromiso sinthomáticas –de sinthome– que había podido elaborar el parlêtre.
El significante “crisis” resuena en los tres registros donde encuentra como declinarse: hundimiento de lo simbólico, emergencia de lo real sin ley o, también, fisura de lo imaginario, con una imposibilidad de poder sostenerse en el espejo de la época.
He aquí donde somos convocados, como psicoanalistas, en el siglo XXI. Estar a la altura de esta convocatoria necesita, en primer lugar, ¡no dejarse vestir con el traje a medida del psicoanalista new look, especialista en crisis! El que se dejara atrapar por este espejismo estaría, se ve bien, rápidamente él mismo en crisis al no orientarse en su acto.
Crisis y trauma
Una frase de François Ansermet para el Congreso de la NLS introducirá esta parte: “Momentos de crisis, concierne a la vez al tiempo y a la crisis. En efecto, la crisis tiene que ver con el tiempo. Podríamos declinar incluso una clínica diferencial de las crisis respecto al tiempo. Hay la crisis que hace efracción, que deja perplejo, que petrifica el tiempo, como en el traumatismo”.[4]
La crisis es el efecto de un encuentro; es una ruptura con un estado anterior. Así, la crisis concentra algo del acontecimiento y de la contingencia. Retomaremos estos dos términos.
El acontecimiento — un acontecimiento es lo que sucede en una fecha y un lugar determinados. No presenta un carácter neutro y se distingue del curso uniforme de los fenómenos de la misma naturaleza. Que algo se produzca siempre pone en evidencia la repetición, no el acontecimiento. El acontecimiento es inesperado, es efecto de sorpresa; resulta de una ruptura, de una discontinuidad temporal en una cadena. El acontecimiento se puede datar, memorizar.
Por su carácter excepcional, el acontecimiento tiene una importancia determinante para el individuo o para la colectividad.
Tomado en su sentido absoluto, se define por las situaciones significativas que se producen para un hombre. En este sentido, se refiere al hombre y no existe acontecimiento alguno sin un sujeto concernido por él. Es una noción “antropocéntrica”, no un dato objetivo[5].
El hecho: el acontecimiento se distingue del hecho, el cual es el que realmente existe. El hecho es tomado por un dato de lo real y no de la experiencia.
Se inscribe en una duración de la que puede rendir cuenta la ciencia, por ejemplo, por el hecho histórico, el hecho sociológico. La elaboración científica del hecho intenta reabsorber la dimensión de único, de singular del acontecimiento para convertirlo en “la expresión regular de las regularidades”.[6]
Sorpresa y ciencia de los acontecimientos: Si bien el acontecimiento produce un efecto de sorpresa, también puede amenazar un equilibrio individual o social. Por tanto, el hombre intenta no dejarse sorprender y para ello inventa una ciencia: la de los acontecimientos. Pero, por más que el acontecimiento pueda ser referido a una ciencia histórica o prospectiva, o incluso a la mitología, a Dios, eso no indica sino una reconstrucción secundaria a su aparición.
El acontecimiento traumático, el accidente: Lo que hará de un acontecimiento un acontecimiento traumático no se entiende en su dimensión calculable, sino en la singularidad que tiene para un sujeto en un momento dado de su historia.
Lo traumático se sitúa, para un sujeto, en la intersección entre la diacronía de los acontecimientos y lo que surge en la sincronía. Esta contingencia da cuenta, también, de la noción misma de crisis.
Es el accidente el que, en el acontecimiento, es traumático. El accidente debe aquí entenderse en el sentido que ha prevalecido desde Aristóteles hasta fines del siglo XX, el del “azar desgraciado”. Es el mal encuentro, la tyché. [7]
El accidente, como el acontecimiento, es lo que sucede pero de manera contingente: podría también no haberse producido. La contingencia se opone a la necesidad, la cual hace que el accidente sea, ante todo, coincidencia, y no responda ni a leyes generales, ni a factores de constancia.
El accidente es único. Eso no quiere decir que sólo se produce una vez. Es único en el sentido que es Uno para un sujeto: un acontecimiento y no otro. Es para un sujeto y no para todos, entre todos los que atraviesan la misma experiencia. Toma para aquel que se encuentra traumatizado una dimensión de inefable, de inconmensurable, de irreductible.
Un acontecimiento, un acontecimiento humano, es lo que pasará, o no, mañana. Eso compete a la contingencia, a un futuro que puede advenir. Puede sorprender la afirmación de que hay una parte previsible en lo contingente. Sin embargo, los acontecimientos humanos son tanto más previsibles en cuanto están marcados por la repetición. Es un fenómeno de estructura precisa Lacan.[8]
No obstante, por otra parte, lo contingente es lo incalculable: es lo que hace encuentro. Así, la tyché como encuentro con lo real, está del lado donde debemos mantener lo contingente como lo incalculable en los efectos que produce el accidente sobre un sujeto[9].
Un acontecimiento traumático concierne siempre a un sujeto. Comporta al mismo tiempo una parte de real que compete al accidente, a lo indecible del encuentro, y una parte de subjetividad en la que el sujeto está comprometido.
Marca del sujeto, fantasma, efracción, crisis: Si el acontecimiento traumático es necesario para producir sus efectos en alguien, no es suficiente. No es la magnitud del acontecimiento, en referencia a una cuantificación, la que lo hace traumático. Es, más bien, la especificidad que toma para aquél al que concierne.
Encontramos aquí el concepto mismo de trauma tal y como Freud lo concibió, como marca singular de cada uno: la prägung, la marca, el sello singular del sujeto. El trauma es constitutivo del sujeto y, en este sentido, está siempre estructurado al modo del après-coup. El trauma es sexual, dejando en el núcleo del sujeto un real inasimilable –la represión originaria que el fantasma recubre, descrita por Freud, en Más allá del principio del placer como un para-excitaciones.[10]
Un encuentro contingente sorprende al sujeto quien puede recordar, por algún rasgo, un trauma anterior que pasó desapercibido. En este momento puede revelarse la repetición traumática o manifestarse la crisis.
Respecto al traumatismo diferenciaremos, en los efectos del encuentro traumático, la desestabilización del fantasma y la “travesía salvaje del fantasma” que realiza la efracción traumática.[11]
Así, el encuentro traumático con la narración, por parte del “capitán cruel”, del suplicio de las ratas, no produce una efracción, sino una movilización del fantasma y de las identificaciones, desencadenando la gran crisis obsesiva del Hombre de las ratas. En este encuentro se le revela también “el horror ante su placer ignorado por él mismo”.[12]
Esto debe diferenciarse de los efectos del encuentro con lo real acarreados por la efracción que las palabras son incapaces de expresar.
En los dos casos el sujeto está implicado en el encuentro traumático.
Crisis, trauma y cuestiones al psicoanálisis
Para el sujeto queda la cuestión de saber donde puede inscribir este mal encuentro que ha modificado radicalmente el curso de su vida. ¿Quién quiere escucharlo? ¿Quién acepta recibir y escuchar al que está en crisis?
A estos sujetos se les abren múltiples vías y, no todas se sostienen en la misma ética. Esta cuestión se plantea también para el analista: de su escucha y de su acto depende el devenir del que se dirige a él.
La clave se encuentra en lo que un analista puede sostener de la ética del bien decir, vía en la que compromete a quien se dirige a él para apuntar, a través del trabajo de la transferencia, a que los interrogantes provocados por el acontecimiento traumático o las crisis, se transformen en cuestiones propias del sujeto.
Acto y crisis
Ocurre raramente que el sujeto en crisis consulte al psicoanalista como primera elección. La crisis no se presenta a priori como una condición favorable al establecimiento de la transferencia. Los lugares que más habitualmente acogen a los sujetos en crisis son médicos, psiquiátricos, sociales, policiales, judiciales, etc.
Sin embargo, para el sujeto en crisis, la entrada en el marco analítico, transpone esta crisis de un espacio donde nada la limita a otro donde se ofrece la posibilidad de una escucha distinta y de la palabra. Transponer, es distinto que desplazar. Es tratar de circunscribir la crisis en el marco del análisis, incluso si éste resulta un contenedor imperfecto. Subrayo este espacio del marco analítico a la manera de lo que desarrolló Kernberg para los estados límite, los cuales ponían a prueba el marco analítico.[13] Poder localizar la dimensión subjetiva de una crisis, de una urgencia, hacer que los acting out puedan hablarse y no causar una ruptura por un pasaje al acto, es un paso decisivo. El analista, haciéndose destinatario de esta demanda desordenada, a veces agitada o amenazante, intenta anudar la crisis al campo del Otro.
¡Este desorden se escucha! Lo que no quiere decir que el analista sugiera que él pueda cambiar algo. Solamente está ahí, incluso designado por su impotencia, está ahí como interlocutor. No tiene que mostrarse de otra manera; no tiene la solución a la crisis. El analista se abstendrá de usar la sugestión tranquilizadora, la cual pasa por una seducción que desplaza la transferencia sobre quien promete un porvenir sin crisis. Tomar la crisis por el lado de la promesa es ir hacia la puesta a prueba de la transferencia y el callejón sin salida donde se juegan los acting-out, tanto del analista como del sujeto.
Está en el principio mismo del descubrimiento freudiano y de aquellos errores de los cuales Freud nos hace partícipes en el análisis de ciertos casos de su práctica, Dora por ejemplo. Si el psicoanálisis funciona, subraya Lacan, es porque este poder de sugestión es eludido, el analista no desea en el lugar del otro, no ejerce un poder de seducción.[14]
En francés existe la palabra “criser”.[15] Ella tiene la particularidad de insistir en un estado marcado por la repetición y una vivencia singular en la que el sujeto siente que pierde el dominio de sí. Es como si el sujeto desapareciera tras el estruendo del desorden que lo invade. Todo lo arrastra sin que pueda hacer nada.
El acto del analista busca tocar el punto que convoca en el sujeto lo que, en él, puede aún engancharse en medio de todo eso que lo sobrepasa; la parte que puede responder, aún, en él.
Así, lo hemos subrayado con la sugestión, la cuestión no es tranquilizar, prometer, recurrir a la confianza, el acto apunta a movilizar lo que hace que el sujeto pueda rehacerse a partir de lo que, en él, aún se sostiene. Es decir que a lo que se apunta en la crisis no es la coacción, a hacer callar lo que se dice en lo inarticulado, sino a extraer de ello una palabra que pueda ser retomada por el sujeto en un lazo transferencial.
El tiempo y la sesión analítica
Con el traumatismo, como con la crisis, algo de la temporalidad ha sido tocado. Se plantea la cuestión de cómo traer a una sesión lo que de este tiempo se encuentra roto, acelerado, ralentizado, coartado, etc.
El tiempo en la sesión analítica define menos una temporalidad que un espacio: el de la sesión donde puede desplegarse toda la gama de la subjetividad del analizante. Este tiempo, en referencia a la sesión, delimita sus inmediaciones y su articulación topológica. Si bien la cura se ordena a partir del tiempo de la sesión, no se reduce a él. Así “estar en análisis” implica el anudamiento, a partir del espacio de la sesión, de momentos diferentes marcados con los efectos producidos por el acto del analista. El analizante, al trabajo en la cura, lo experimenta y, a menudo, testimonia de ello. Se encuentra allí lo que, de la crisis, se ha «transpuesto» en la sesión.
El tiempo de la sesión analítica es otro ángulo de la temporalidad en el análisis. Cuando la duración de una sesión es la del estándar inamovible, el acto se encuentra atrapado en el paso del tiempo. La escansión, el acto no están del lado del analista, y el corte se produce fuera suyo. La temporalidad de la sesión no se adapta ya a las pulsaciones del inconsciente, sino a una medida común, analógica o digital. Es regulada en Otra parte y sólo queda el inmutable ritual. A esto se opone lo que Lacan ha desarrollado del acto del analista. Se evidencia su pertinencia, respecto a la crisis, donde se trata de transformar las rupturas –que son las crisis- en discontinuidades.
La temporalidad de la cura. “Al comienzo del psicoanálisis está la transferencia”, dice Lacan.[16] Sin embargo no dice que con la transferencia comienza el análisis. La entrada en la transferencia no es la entrada en análisis. Puede haber un desfase entre estos dos tiempos y eso da un verdadero alcance temporal a las entrevistas preliminares. Es en esta temporalidad dialéctica que pueden instalarse las condiciones de un trabajo analítico. Entre ellas, la rectificación subjetiva: momento dialéctico producido por el acto del analista. Esta maniobra apunta a cambiar las relaciones del sujeto con la realidad. Tiene como objetivo una modificación de su posición, que lo conduce a una implicación subjetiva: dividir el sujeto para hacerlo agente de su propio discurso. Con la crisis y el trauma, todos estos puntos tienen un relieve particular. Eso puede necesitar tiempo, mucho tiempo.
El traumatismo, la crisis, uno por uno
La falta de palabras para describir lo vivido y la presencia de manifestaciones de un real que irrumpe pueden llevar, tanto en el traumatismo como en las crisis, a errores de interpretación, al imponer la idea de un diagnóstico de psicosis sin que los elementos clínicos sean concluyentes.
La escucha debe poder orientarse por una clínica precisa y es la ocasión de establecer un contacto de calidad con alguien que tiende más bien a desconfiar y a pensar que, una vez más, no se le escuchará con el pretexto que “todo eso es del pasado”, “que no se puede hacer nada”, que “hablar no sirve de nada”, etc.
Las circunstancias del encuentro con estos sujetos en crisis, y/o tomados por los efectos de lo real traumático no son siempre, más bien casi nunca, a iniciativa suya. Ellos tienen ya, a menudo, una trayectoria médica o administrativa. Las quejas y las incomprensiones se han acumulado. De todos modos, piensan que nadie los entiende. No tenemos nada que añadir a esta observación; no nos situaremos del lado del que podría comprenderlos mejor.
Los sujetos en crisis o traumatizados tienen en común este sentimiento de no ser escuchados, de sentirse incomprendidos por los médicos o por cualquier otro. Que se los interrogue un poco más precisamente, es vivido como un cuestionamiento personal insoportable, rápidamente transformado en prueba de la incomunicabilidad de su vivencia o, a veces, en un sentimiento vagamente persecutorio.
Con el sujeto en crisis hay que evitar la evocación misma de lo que desencadena estas crisis —estos estados donde algo se les escapa: palabras, gestos, algo del cuerpo—, incluso lo que inducirá un rechazo a hablar, o lo que puede conducir a un acting-out que les permitiría escapar de lo que temen. Estemos atentos a respetar esta zona de crisis orientando al sujeto más sobre cuestiones, situaciones, al margen. Existe también una política de la dirección de la cura.
Para el sujeto traumatizado, es todavía más decisivo: el recuerdo traumático insiste en repetirse y nada permite al sujeto bordear su emergencia. El encuentro con la muerte ha dejado su huella y ésta puede reforzar el sentimiento de “efímero destino.” La muerte no se aproxima, ella nos atraviesa en un instante, el del pasaje. Pero, entonces, quien haya hecho este encuentro con lo real, con la muerte, quien la haya visto tan de cerca —la suya, la de los otros— puede esperarla, puede llegar incluso a precipitarla para que, por fin, todo eso se acabe. Salir de la escena de la vida para escapar de la repetición de la presentificación de la muerte —bajo la forma del traumatismo— tal es la paradoja del sujeto traumatizado.
¡Hystorizarse!
Frente a la ambigüedad de estas demandas, es necesario estar atento, dar muestras de firmeza y de paciencia. Se trata de hacer posible que se prosiga con el paciente una elaboración en las entrevistas que tomarán en cuenta su sufrimiento, harán precisar las condiciones exactas del acontecimiento, orientaran al paciente sobre el recorrido que debe hacer en su historia personal y lo ayudarán a situar el traumatismo en el curso de su vida donde puede encontrar como anudarlo.
El encuentro contingente que provoca la efracción traumática sume al sujeto en una ruptura de su trayectoria existencial. En otros casos, precipita al sujeto en crisis y lo sume en un desconcierto que lo empuja a separarse de los otros. ¡Hay urgencia!
La emergencia de un real en este momento de crisis necesita algunos reordenamientos en la dirección de la cura para que este tiempo pueda reinscribirse en la hystoria del sujeto.
En esta relación transferencial, en la cual el analista se abstendrá de fijar lazos de causalidad simplistas y sostendrá la implicación del sujeto, una crisis podrá hablarse y resolverse.
* Conferencia impartida en la Sede de Barcelona de la ELP, el 24 de abril de 2015 en el marco del trabajo preparatorio de las XIV Jornadas de la ELP: “Crisis. ¿Que dicen los psicoanalistas?”
[1] Diccionario histórico de la lengua francesa, Le Robert, Paris, 1992, pág. 530
[2] Lacan, J. “La ciencia y la verdad”, Escritos 2, México, Siglo XXI editores, 2001, pág. 837
[3] Diccionario histórico de la lengua francesa, Le Robert, op.cit., ídem
[4] Ansermet, F. La crise, entre l’entaille et le temps. Note à propos de Attese de Lucio Fontana, 1963, l’œuvre choisie pour l’affiche du XVIIème Congrès de la NLS, « Moments de crise », Genève, 9-10 mai 2014
[5] Bastide, R. Sociologie de la connaissance de l’événement. In : Balandier et al. Perspectives de la sociologie contemporaine. Paris, Flammarion, 1968
[6] Idem
[7] Lacan, J. El Seminario, libro XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1991, pág. 63
[8] Lacan, J. El Seminario, Libro XXI, Los no incautos yerran, 1973, lección del 13 de noviembre1973. Inédito.
[9] Ibíd., lección del 20 de noviembre1973. Inédito.
[10] Freud, S. “Más allá del principio del placer” (1920). En: Obras Completas, vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 2008, pág. 27 [protección antiestímulo].
[11] Briole, G. Lebigot F. et ali, Le traumatisme psychique : rencontre et devenir. Paris, Masson, 1994, pág. 160
[12] Freud, S. A propósito de un caso de neurosis obsesiva (el « Hombres de las ratas »), (1909). En: Obras Completas, vol. X, op. cit., pág. 133
[13] Kernberg Otto Friedmann, Borderline conditions and pathological narcissism (1975), Lanham (US-MD), Rowman & Littlefield, 1985
[14] Lacan, J. “La dirección de la cura y los principios de su poder”, Escritos 2, óp. cit., pág. 576
[15] Diccionario Larousse, Paris, Larousse, 2008, pág. 270. Hacer crisis repetidas perdiendo el control de sí.
[16] Lacan, J. “Proposición del 9 de octubre de 1967 sobre el psicoanalista de la Escuela”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, pág. 265.