Amiga crisis

“El psicoanalista es amigo de la crisis.”

Jacques-Alain Miller, entrevista en Marianne

 

Hablemos de crisis, mejor que trauma. El trauma induce la pasividad de la víctima; la crisis se puede tomar de la mano de la política y quizá darle una salida en acto. Trauma es sin salida, es retorno persistente; crisis es posibilidad de un punto de inflexión. La crisis es el agujero que se desplaza, imposible de ser tomado en lo simbólico; es sumidero de esperanzas y manantial de creación. La crisis es el nuevo amor, el que nos acompaña más allá de la templanza y, cuando hay suerte, mas allá del odio. El trauma quiere olvido; la crisis está ahí, sin cronista todavía, o cuando más un criticón en la urgencia de comprender. Crisis significa que nada es previsible, ni siquiera el pasado. La crisis es la puerta abierta hacia la herejía, el momento de la elección del sinthome que quedará formado para protegerse de la crisis futura, aquella de la que no querremos saber nada, pero de la que aún no tenemos criterio.

Lo real, descompuesto lo simbólico, viene a aflorar; pero ¿quién lo quiere? ¿Alguien lo ama? Si existe ese amante, será sostenido por una ética disconforme con el hábito. A este respecto, en su libro El malestar en la cultura, Freud cita la famosa sentencia de Goethe: “Todo en el mundo se puede soportar, salvo una serie de días hermosos.” Freud no está convencido; por eso añade: “Tal vez sea una exageración.” Goethe parece indicar que en la estabilidad de los días bonitos nada se crea. Lacan tenía clara la oscilación entre urgencia y creación: “Nada creado que no aparezca en la urgencia, nada en la urgencia que no engendre su rebasamiento en la palabra.”

Según las palabras transmitidas por Lacan, Freud habría llevado la peste a América. A la peste de Tebas la respondió una revelación que destituyó a Edipo de su reinado y lo transformó en el desecho de su verdad. La peste de Atenas, relatada por Lucrecio, es el malestar de la civilización visto con el rasante cegador de la luz antigua. En suma, la humanidad misma actúa como una peste para sí misma.

Es lo que Baltasar Gracián desarrolla en su Criticón, cuando Quirón presenta a los protagonistas el “Estado del Siglo” diciéndoles: “Cosas veréis increíbles … así va el mundo … No hallaréis cosa con cosa. Y a un mundo que no tiene pies ni cabeza, de merced se le da el [nombre] de descabezado.”

Aristóteles pensaba el mundo bien ordenado por un Amo de cabeza bien asentada, y confinaba a la bestialidad aquello que no andaba derecho. Esa bestialidad, que Aristóteles configura como el campo externo al deseo humano, es, bien al contrario, y pasada la experiencia del inconsciente, para los seres hablantes que somos, la orientación misma del deseo. De donde surge el anhelo incesante de someter ese deseo a una ley; es lo que Freud denominó el superyó, que nos acompaña como la voz que exige más y más ley, más y más goce y con ello introduce más y más crisis. Los ideales nos ponen en crisis constante, por lo que debemos aplicar esa crisis, ahora como crítica, a ellos mismos. En la primera lección de su Seminario La ética del psicoanálisis, Jacques Lacan indicó tres de esos ideales, que vienen a alojarse entre los practicantes del discurso del psicoanálisis, y que perturban su función. El ideal del amor humano propone la resolución de las crisis de las relaciones humanas en una convergencia de la sexualidad con el amor; cuando éste es recuperación de la transitoriedad de cada cosa. De boca de las mujeres especialmente oímos hablar del amor como identificación de lo pasajero con lo eterno, lo que desconcierta la planificación temporal del lenguaje corriente. Por ello Lacan traslada la crisis del lenguaje desde su impotencia fálica a la imposibilidad de decir en verdad algo definitivo sobre la sexualidad femenina. Más adelante, Lacan buscará en una escritura lógica el modo de formularla. Digamos entonces que, en el amor, la crisis es la reintroducción de la pregunta freudiana: “¿Qué desea la mujer?”

El otro ideal es el de la autenticidad: con el psicoanálisis se descorrería el velo sobre las falsas realidades en las que construimos las posibilidades de nuestra existencia. Toda crisis quedaría así conjurada, la transparencia eliminaría el juego de los semblantes y lo real recibiría un alojamiento adecuado. Cuando ningún cadáver quedase ya en el armario, se abrirían ante nosotros las avenidas de la libertad, y no habría nunca más una crisis de autoridad. El tercer ideal que señala Lacan sería el de una ortopedia universal, que permitiría que cada sujeto se abasteciera a sí mismo en objetos y en símbolos, y que dispusiera para su lenguaje más íntimo de las palabras apropiadas.

Valgan estos ideales para enumerar algunas de las crisis que configuran nuestra existencia. Ninguno de estos términos – plenitud, transparencia, autonomía – contiene el inevitable desbordamiento del goce y su opacidad para nosotros mismos; ni tampoco la soledad de lo real.

Todo esto lo formula Lacan en su Seminario La ética del psicoanálisis, en el que se esfuerza en definir la contingencia de cada cosa, para lo cual edifica la noción de la Cosa, aquella causa ausente en la que toda necesidad queda abolida. La base de nuestra ética es la constatación de que las cosas, los asuntos, no llegan, por más que lo intentan, a decir la Cosa, das Ding. Es una forma de tratar el hecho de que el ser hablante encuentra siempre descompletada su esencia por el hablar mismo, y lo que su cuerpo acepta como escritura del vacío.

Todo esto se resume con una afirmación de Jacques-Alain Miller en su curso El ser y el Uno, (02.02.2011): “Lo real no quiere decir siempre lo mismo.” Y en tanto tal está excluido del psicoanálisis. Esta es la crisis: que no hay ciencia de lo real, y esto lo excluye de todo dominio. De ahí que el mundo esté descabezado, sin ser del todo.

 

Antoni Vicens. Miembro ELP y AMP. Ex AE de la Escuela Una. Barcelona.