La adolescencia, entre otras múltiples definiciones, es abordada con frecuencia con el término de crisis. Este es un eje interesante a considerar si entendemos una crisis como aquello que, en un momento particular, hace que lo vivido inmediato se anticipe a la representación del cambio, un cambio que en ese tiempo es más sufrido que subjetivado.

Frente al empuje puberal y sus reacomodamientos, las respuestas del adolescente pueden inquietar. Entre ellas, el ascetismo y cierta negligencia con su cuerpo, la intelectualización con interrogaciones metafísicas o, por el contrario, una inhibición intelectual con una retirada de sus intereses escolares, así como comportamientos a veces excesivos poniendo en juego la seducción. En el momento de la crisis, la resolución de las tensiones con conductas de carácter impulsivo son bastante frecuentes: fugas, violencias repentinas con rotura de objetos, gestos suicidas, delitos menores, ingesta de tóxicos, abuso de alcohol, etc. Una adolescencia silenciosa tampoco acontece sin plantear preguntas.

La crisis de originalidad juvenil

No es durante el tiempo de la crisis, por espectacular que sea, que podremos avanzar en un diagnóstico. Si bien las manifestaciones ruidosas pueden hacer temer el comienzo de una afección grave, también puede tratarse solamente de una “crisis de originalidad juvenil”.

Este concepto que no es ni psicoanalítico ni psiquiátrico, nos viene de la pedagogía.

Maurice Debesse[1], profesor de la Sorbona a medidos del siglo XX, pedagogo y psicólogo, ha titulado así un libro que escribió en 1937 acerca de los adolescentes. Tal era el estado de ánimo del autor que propuso este concepto:

“Sabemos que frecuentemente, a lo largo de la adolescencia , los jóvenes se comportan de una forma nueva y desconcertante. Ellos buscan diferenciarse y autoafirmarse, se rebelan contra su familia y sus maestros, se encierran en ocasiones en un individualismo salvaje e intransigente. De pronto, la crisis se desanuda; lo excéntrico deviene normal, lo fantasioso se somete a las disciplinas detestadas y la adolescencia cesa. […]

Es tentador y sería fácil, hacer de la crisis de originalidad un fenómeno patológico pero entonces, habría que decir que el adolescente original es a la vez un paranoico, un esquizoide, un psicasténico, etc., en pocas palabras un enfermo. Sin embargo procediendo así, no habríamos explicado nada y nos encontraríamos con el hecho indudable de que la gran mayoría de los que padecen esas crisis no entran en un psiquiátrico. Conviene entonces aferrarse a la realidad de cerca, sin dejarse llevar por asimilaciones arriesgadas.”

Decimos que la adolescencia puede ser una mezcla de problemas perversos o psicóticos, que es la edad de las rupturas, también la de la “entrada en la psicosis”. Habrá que verificarlo caso por caso, la mencionada Crisis de originalidad juvenil puede tomar ciertos acentos bizarros sin por ello tratarse de una psicosis.

Una clínica bajo transferencia

El psicoanálisis cuestiona toda clínica de la observación y de la clasificación, aquella que empuja a “clinicar”[2]. Lo que interesa al psicoanalista es hacer un paso más para encontrar al sujeto, ceñirlo en las intrincaciones sucesivas de las clasificaciones psi, para reencontrar lo singular del caso que permite extraer la palabra del sujeto. Esta clínica es la de los detalles, de las más pequeñas matices, engarzadas en las sutilezas de un lazo particular, el de la transferencia analizante y analista.

Es en efecto en una clínica bajo transferencia que un síntoma, por extravagante que sea, adquirirá su sentido según se inscriba o no en una cadena significante.

Por ejemplo es en transferencia que se podrá leer que la discreta ironía, tal vez velada por un aire burlón tan habitual en el adolescente, se diferencia de una simple burla. De la misma forma, el carácter atípico de intereses intelectuales, artísticos, etc., que no se encuadran con un sujeto, con lo que sabemos de él, puede tomar otro acento en el contexto de un lazo a un analista.

El adolescente es también, en ocasiones, provocador y no es raro que ponga a prueba el encuadre analítico importando allí su crisis, bajo la forma de ropajes que, él, se apronta a endosar en tanto los psi, la familia, la escuela le han preparado a medida: psicópata, inmaduro, perverso, narcisista, consumista, irresponsable,… “El mito es esto: el intento de dar forma épica a lo que se opera a partir de la estructura.[3]

“La Ⱥdolescencia es también cuestión del Otro barrado, de otros que vean reavivadas, en el propio adolescente, sus propias errancias a esa misma edad y que querrían evitar a ese joven impetuoso, unas veces visto como Ⱥdolescente en el que la división se acentúa y vuelve más evidente su castración, dejando aflorar un punto de real, otras como adolescente, objeto del que el adulto no pude separarse”[4].

Vista desde este ángulo, la cuestión de la crisis de la adolescencia implica las conductas de oposición necesarias para no encontrarse reducido a ser el objeto de otros, el adolescente. Esta crisis se manifiesta también por momentos de desorganización del lazo, que pueden incluir breves momentos de desenganche del Otro en los que se expresan tanto el entusiasmo paradojal, la melancolía como la extrañeza.

Retorno del exilio y camino hacia un deseo propio

El psicoanalista es aquel que puede hacer la apuesta del reencuentro con ese sujeto, así de protéiforme y preocupante, con el fin de ayudarle a elaborar su propia respuesta. Es en ese lazo particular que puede ser acogida su diferencia, su inquietante extrañeza tal vez, y que puede encontrar solución la crisis que hacía temer lo peor.

Es más, no se tratará con el psicoanálisis de hacer entrar al sujeto en el orden, de fundirlo en el ideal de armonía grupal de todos iguales, sino de ayudarlo a encontrar el camino de su propio deseo. Esta búsqueda es probablemente más difícil en nuestras sociedades donde se acentúan cada vez más los signos de la decadencia del padre. Noción que debe ser claramente separada de la renuncia a la palabra. El psicoanalista, separa figura del padre y función de la palabra.

Sucede entonces que el adolescente requiere al analista como pasador, en esa difícil transición, saturada de malentendidos, de exacerbación de la pulsión de muerte, de exaltación de la originalidad y de la imaginación, para encontrar su propio camino.

El analista puede ser el pasador de ese retorno del exilio.

Guy Briole. Miembro ELP, ECF y AMP. Barcelona. París.

Traducido por: Gabriela Medin

 

[1] Debesse M., La crise d’originalité juvénile, Paris, PUF, 1937.

[2] Lacan J., “Apertura de la Sección clínica”, 5 de enero 1977 – http://www.con-versiones.com.ar/nota0608.htm

[3] Lacan J., “Televisión”, Otros escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 558 .

[4] Briole G., « Ⱥdolescencia e adolescente: lo imposible del deseo”, El cuerpo hablante, adolescencia y deseo. Jornadas de Sede EBP-Salvador de Bahía, 13-14. 11. 2015.

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