De nuevo el horror. Han pasado once años desde los atentados de Madrid y retorna lo peor. En aquél momento, la sociedad española reaccionó con un giro político que interpretó lo ocurrido como una represalia de los radicales yihadistas a la participación española en la guerra de Irak. La foto de las Azores recibió así su contrapartida con las imágenes de las matanzas. Esa noche, en el recinto del Ifema, nos encontramos varios colegas de la ELP en medio del gigantesco tumulto, conversamos preocupados sobre la posibilidad de incidentes racistas los días siguientes. Pero no fue así, nada de eso, el traumatismo encontró una expresión política en las manifestaciones y el castigo en las urnas a la indecente política de engaño y manipulación del gobierno de Aznar. Los colegas de Madrid, con el apoyo del resto de la Escuela, pusimos en marcha un dispositivo de atención para los afectados, nos desplazamos a Vallecas, al Pozo, para atender in situ las semanas siguientes, esa fue una respuesta lacaniana.

Han pasado once años, y la situación internacional ha seguido su curso con una impactante impotencia política europea ante las consecuencias de aquel desastre que supuso la guerra de Irak, catastróficas para toda la zona. Tras las primaveras árabes, y la descomposición de los regímenes laico-autoritarios, ha surgido un nuevo Leviatán, el neocalifato ISIS que opera como un faro de inimaginable potencia sugestiva, al hacer terreno el dominio Wahabi salafita takfirista, como «din (religión), daula (poder, estado) y dunia (mundo)». La inmolación y la decapitación han tomado un carácter de reclamo mediático sin precedentes, gracias a las redes sociales. Las fracturas subjetivas producidas por la trituradora del orden simbólico que produce el desarrollo del capitalismo y su anudamiento con el mercado y el cientificismo, han propiciado la radicalización de miles de jóvenes que encuentran en el fundamentalismo salafista un horizonte salvajemente atractivo. En el trasfondo, la depredación del continente africano, la humillación y desprecio de los pueblos. No deja de retornar así, de la peor manera, la conocida frase de Lord Palmerstone «Inglaterra no tiene amigos permanentes ni enemigos permanentes. Inglaterra tiene intereses permanentes».

Pero no nos confundamos. Sí, en los atentados hay una dimensión política de represalia -«esto lo hacemos por lo que habéis hecho en Siria» parecen haber exclamado los inmolados de la sala Bataclan-, pero más allá, hay una entrega a la pulsión de muerte, que no está presente en la versión tradicional del Islam. Se abre ahora una brecha, en plena crisis de los refugiados, que puede ocupar el racismo en Europa, si no hay una respuesta que recupere el vínculo social.

De este modo, todo parece listo para que lo peor avance. El racismo y el radicalismo. Dos caras del mismo desorden en lo real. El sujeto contemporáneo, atravesado por los imperativos de su enemigo interior: la exigencia del goce, el superyó, que no encuentra para muchos sujetos otro destino que el racismo, o el radicalismo.

Lo dijo Lacan en su texto Televisión:»En el extravío de nuestro goce, solo el Otro lo sitúa, pero es en la medida en que estamos separados de él. De ahí unos fantasmas ( el racismo, la inmolación, añado yo ) inéditos cuando no nos mezclábamos. Dejar a ese Otro en su modo de goce es lo que solo podría hacerse si no le impusiéramos el nuestro, si no lo considerásemos un subdesarrollado. Y puesto que se añade ahí la precariedad de nuestro modo -que desde ahora solo se sitúa por el plus-de-gozar, que incluso ya no se enuncia de ningún otro modo-, ¿cómo esperar que prosiga aquella humanitariería de cumplido con la que se revestían nuestras exacciones? Dios, al recuperar con ello fuerza, acabaría por exsistir, eso no presagia nada mejor que un retorno de su pasado funesto«.

Es nuestra responsabilidad seguir haciendo para que el deseo y la vida se desplieguen como el tejido que recorra las soledades agrias de nuestra época.

 

Andrés Borderías. Miembro ELP y AMP. Madrid

 

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