De pequeño me entusiasmaba ver una película de la industria Disney. Se trata de Los robinsones de los Mares del Sur. La he visto y analizado, desde entonces, un montón de veces. Ahora la vengo a recordar para ilustrar el tema que hoy nos ocupa en esta mesa redonda: «Los tiempos de crisis, ¿son tiempos de invención?».

Una familia naufraga en una isla «paradisíaca», pero frecuentada por los piratas. El film no es otra cosa que el afán de supervivencia de esa familia típicamente americana y urbanita en un medio hostil, con escasos recursos, pues apenas cuenta con su inventiva y el desarrollo de su imaginación, tanto para adquirir un sucedáneo del bienestar al que están más que acostumbrados, como para preservarlo defendiéndose de los piratas que frecuentan la isla. Es una película de los años 50 a 60 y desde el punto de vista de la crisis que se cierne sobre los nuevos inquilinos de la isla no deja de ser una película profética, pues no hay que olvidar que se vive por aquel entonces en Europa y más concretamente en Norteamérica una época de prosperidad, superadas ya las múltiples guerras sufridas en ambos continentes. Se adelanta, pues, en el tiempo a los momentos de crisis o de peligro en los que actualmente vivimos, aunque en realidad esté rememorando los éxitos de su historia más reciente.

Tanto el medio natural como el social les son hostiles a esta familia de náufragos. Arriban a una naturaleza a la que no están acostumbrados (metáfora de los pioneros del continente americano) y cuando, gracias a sus limitados recursos, consiguen reconstruir el ambiente perdido –con espíritus machista, retrógrado y colonial incluidos–, sufren el ataque de la piratería, que amenaza con destruir todo lo reconstruido (léase en nuestra actual historia la incursión de los diversos terrorismos que nos amedrentan).

Más allá de la moralina familiarista y del american way of life que encierra la película de Disney –como no podía ser menos en este tipo de industrias en las que, por desgracia, todavía sigue educándose gran parte de nuestra descendencia–, lo que me gustaría destacar y que ya me fascinaba desde pequeño es la capacidad de aquella gente, con la utilización estricta de su inventiva y de su colaboración, para recrear su mundo.

Tened en cuenta que los niños de mi edad estábamos acostumbrados a jugar durante horas y horas con los objetos más elementales, desde un trozo de madera, hasta una moneda, una soga o unos botes vacíos de conservas. Y que fueron esos humildes objetos los que nos permitieron desarrollar la necesaria capacidad de imaginación para construir y establecer las relaciones que nos permitirían, en parte, nuestro propio desarrollo como personas en un mundo hostil por desconocido. Sugiero, pues, que en momentos de crisis apelemos al niño que fuimos, pues no hay nadie quien se tome más en serio el juego que los propios niños. Y el juego es, más que destreza, imaginación e inventiva.

Los niños, por sus capacidades imaginativas y las mujeres, por la suya de engendrar vida ajena, son la sal de la tierra. No es casual, por tanto, que en épocas de crisis esas dos naturalezas, además de la de los ancianos, sean las que más la padecen. A esas tres instancias, pues, me remito para poder superar los momentos de crisis en que vivimos: la inventiva, la creación y la experiencia.

«La Modernidad [es] la inauguración de un ciclo histórico de la humanidad caracterizado por un estado permanente de crisis, y que puede enunciarse someramente como una situación general de la pérdida de la experiencia.» Escribe Luis Pérez de Oramas en su libro taurino Olvidar la muerte. Pensamiento del toreo desde América, actualmente en prensa; así como que «(…) el régimen de la representación (…) en la época moderna es un régimen de crisis permanente: de refundación y de agonías repetidas, obsesivas». Y lo dice en el sentido en que Agamben supone que los hombres modernos hemos perdido el sentido de la experiencia. Gadamer considera la experiencia «en sí misma» como «experiencia de la desilusión», sigue escribiendo Pérez Oramas, para añadir que «El mundo es irreparable y el hombre es el único ser capaz de afrontarlo como tal, en la interioridad de [la conciencia de la civilización]. El autor venezolano considera que «la libertad se mide sólo ante lo irreparable» y que «sólo el hombre es capaz de encararse con lo irreparable del mundo y seguir viviendo» gracias, entre otras cosas, al rito «que tiene por objeto devolvernos a la experiencia», de ahí que el toreo suponga «que los conflictos de supervivencia, olvidados por la civilización, latan inexorablemente como un síndrome de fracaso que la vida debe integrar agónicamente, transfigurándolos en danza y risa, en grito y cante, porque son fundamentalmente conflictos irresolutos». Y aquí nos encontramos con los otros dos aspectos de nuestra tríada para poder superar los momentos de crisis: la imaginación y la creación, como «líneas de fuga» en el sentido deleuziano del término.

¿Es posible una supervivencia que no nos suma, de nuevo, en la fobia o en el síntoma si se coarta nuestra libertad imaginativa y creadora, el deseo de buscar y la libertad de encontrar una salida, en definitiva? Porque, lo que está claro, como decía Scott Fitzgerald es que «La célebre Evasión o la huida lejos de todo es una excursión a una trampa», como ésta en la que vivimos actualmente.

Manuel Ramirez. Valencia

Trabajo presentado en la Mesa redonda realizada el 27 de noviembre de 2015 en la Escuela de Diseño de Valencia.

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